H G Wells en 1890. Wikimedia Commons / Library of the London School of Economics and Political Science

John Frederick Clute, historiador y crítico canadiense de ciencia ficción y literatura fantástica, dijo de Herbert George Wells, más conocido como H. G. Wells, que tenía una voz aguda y atiplada y que su piel olía a miel. Hoy, 13 de agosto, se cumplen 75 años de su muerte.

H. G. Wells (1866 – 1946) fue un prolífico pensador, educador, escritor y novelista británico que es considerado, junto a Hugo Gernsback (1884-1967) y a Julio Verne (1828-1905), uno de los padres creadores del moderno género literario de la ciencia ficción.

La ciencia ficción es un factor común en una amplia gama de relatos y de culturas diferentes a lo largo de la historia de la humanidad, pero la revolución científica y los principales descubrimientos en astronomía, física, química, biología y matemáticas acontecidos en el siglo XIX proporcionaron las premisas y el escenario adecuados para que surgiera la ciencia ficción moderna, que facilitó novedosas y fabulosas obras escritas argumentadas en base a este género.

Wells nació en 1866, en plena época victoriana, escoltado por un florecimiento inusual de las ciencias y de la tecnología. Por citar algunos ejemplos, en el mismo año de su nacimiento se publicaron las Leyes de la herencia de Gregor Mendel y se instaló el primer cable transatlántico que unió Nueva York con Londres.

Hasta finales del siglo, cada año surgieron sucesos científicos muy relevantes. Por ejemplo, el descubrimiento de los ácidos nucleicos, de los rayos X, de la radioactividad, de los canales de Marte y de numerosos asteroides, que marcaron a la sociedad de la época y al propio Wells. A medida que avanzaba el siglo XIX, los progresos en la ciencia cambiaban la forma en que los seres humanos razonaban sobre cuál era su posición en el cosmos, lo que tuvo profundas implicaciones para el desarrollo de la renovada ciencia ficción.

Niño lector

Retrato de juventud de H G Wells. Wikimedia Commons

Wells era permeable a todo el desarrollo cultural y científico que ocurría a su alrededor y, aunque tuvo una infancia colmada de carestías, desde muy joven entró en contacto con las obras de diferentes escritores. Esto fue debido a un accidente que le provocó una fractura en la pierna y que obligó al mozalbete de ocho años a estar postrado varias semanas en la cama y a combatir el aburrimiento leyendo libros de la biblioteca local que le llevaba su padre.

Inmerso en los textos, Wells descubrió nuevos mundos y el deseo de escribir.

Así, superada la adolescencia, Wells, que amaba la literatura y la ciencia a partes iguales, consiguió una beca para ingresar en la Normal School of Science de Londres. Allí estudió biología con Thomas Henry Huxley, biólogo y antropólogo inglés, especializado en anatomía comparada y ferviente defensor de la teoría de la evolución de Charles Darwin.

Esta etapa afianzó los conocimientos científicos de Wells y le permitió expresar sus puntos de vista sobre la literatura y la sociedad en la revista The Science School Journal, donde dispuso las bases sobre las que construir los famosos relatos de ciencia ficción que escribió el autor. El talento de Wells era encomiable y redactó prolíficamente sobre ciencia, educación, historia y política. Produjo más de 150 libros y folletos y numerosos artículos y cartas publicados en la prensa.

A principios de 1888, mientras gestionaba como podía el crudo invierno e intentaba sortear las profundidades de una incipiente depresión, Wells suspendió los exámenes universitarios de segundo año y perdió su beca. El futuro pintaba azul oscuro casi negro, pero comenzó a ganar algo de dinero enseñando ciencias en una escuela provincial.

Por desgracia, entonces sufrió un colapsó de salud que fue diagnosticado como tuberculosis. La enfermedad auguraba la posibilidad de una invalidez prolongada en el mejor de los casos o de una muerte temprana en el peor. Con poco que perder, Wells decidió viajar a Londres con tan solo cinco libras donadas por su madre. Alquiló una habitación en Theobalds Road y luchó por encontrar trabajo. Pasaron los días y la situación, estancada en la miseria, no varió. Los pocos chelines que atesoraba comenzaron a estar en peligro de extinción. Justo cuando iba a dilapidar el último ejemplar que rodaba por el bolsillo, la rueda de la fortuna hizo una pirueta y Wells empezó a trabajar a destajo en los periódicos, escribiendo párrafos para distintas compañías.

Además, también encontró un empleó como docente en Kilburn. En pocos meses Wells se convirtió en un notorio profesor de ciencias en Londres pero, de nuevo, problemas de salud, vestidos de hemorragia pulmonar y de larga gripe insidiosa, trastocaron sus prometedores planes. Estaba claro que Wells no podría sobrevivir a los rigores físicos de ser profesor.

Convaleciente, pulió un ensayo impregnado de ciencia que, sorprendentemente, fue publicado por The Fortnightly Review, una de las revistas más importantes e influyentes en la Inglaterra del siglo XIX. El texto incluyó una especie de manifiesto que puede ser interpretado como un aviso de la ficción que, poco después, destilaría la pluma de Wells.

Más que un escritor de ciencia ficción

Wells alcanzó fama internacional con sus novelas fantásticas, pero también fue partidario de la novela de contenido y crítica social. Estaba convencido de que era necesario instaurar un sistema social más justo, lo que motivó que participara en la Sociedad Fabiana de Londres, un grupo de personas cuyo objetivo era instaurar el socialismo pacíficamente, inoculando sus ideas en las universidades y en el gobierno.

Durante su trayectoria, Wells participó en el debate político cotidiano de Gran Bretaña interviniendo en una amplia gama de temas, incluida la política educativa, la reforma social, el gobierno imperial, la estrategia militar, las relaciones de género, las carencias de las instituciones democráticas existentes y el capitalismo. Dadas sus intervenciones, fue vinculado al socialismo y encontró una audiencia especialmente receptiva entre los pensadores progresistas de los Estados Unidos de América.

Sin embargo, en mayo de 1910, Wells contribuyó con una carta al primer número del diario oficial de la Liga Nacional de Jóvenes Liberales donde escribió que era conocido como socialista, pero que nunca había dejado de ser liberal, que no era exactamente lo mismo que ser un miembro del Partido Liberal, y que el liberalismo representaba al socialismo como el alma al cuerpo.

El talento de Wells era encomiable y su brillantez como comunicador de la ciencia despuntó con fuerza atrayendo la amistad de numerosos científicos, entre los que destacó Sir Richard Gregory, profesor de astronomía en el Queen’s College de Londres y presidente del Comité de Enseñanza de las Ciencias en las Escuelas Secundarias. Gregory fue editor de la revista Nature entre 1919 y 1939 y se le atribuye haber ayudado a establecer la publicación en la comunidad científica internacional.

Wells publicó, durante 50 años, 25 artículos en la revista Nature con escritos como el publicado en 1894 que tituló “Popularizando la ciencia” y con los que intentaba inspirar y provocar a decenas de pensadores contemporáneos para que contribuyeran con una marea de correspondencia, reseñas de libros, avisos y otros comentarios.

La Primera Guerra Mundial fue una catástrofe sin precedentes que dio forma a nuestro mundo moderno y que marcó a Wells. El 14 de agosto de 1914, publicó en The Daily News un artículo titulado “La guerra que acabará con la guerra” y en el que opinaba que el conflicto no era una guerra de naciones, sino de la humanidad, nacido para exorcizar una locura mundial, poner fin a una era y alcanzar la paz.

Wells esperaba que el final de La Gran Guerra trajera consigo el desarme y la creación de un estado supranacional. Por desgracia, la lección que trajo la contienda duró poco y, comprendiendo que el conflicto humano no terminaría con la guerra, las perspectivas futuras abatieron profundamente al escritor.

Artículo sobre la Primera Guerra Mundial publicado por HG Wells en 1918. Wikimedia Commons

De ‘La máquina del tiempo’ a ‘La guerra de los mundos’

Antes de que aconteciese la primera gran guerra, a finales del siglo XIX, Wells ya publicaba a un ritmo vertiginoso, principalmente textos científicos, pero en poco tiempo los temas se ramificaron con rapidez y en 1895 llegó La máquina del tiempo.

Se trata de una novela inspirada en la teoría darwiniana que Wells había adquirido a través de Huxley. En la obra, un científico construye un artefacto que le permite viajar físicamente a través del tiempo y con el que consigue trasladarse hasta el año 802701. Allí descubre que la humanidad ha evolucionado en dos razas separadas: los hermosos pero insensatos Eloi, que viven vidas hedonistas por encima de suelo, y los salvajes y feos Morlocks, que viven bajo tierra y que salen por la noche para devorar a los Eloi.

El viajero logra avanzar más en la línea temporal y alcanza un futuro en el que monstruos con forma de cangrejo corretean por una playa terminal bajo un sol moribundo.

Ilustración de la primera edición de la isla del doctor Moreau firmada por Charles Robert Ashbee. Wikimedia Commons

Esta primera novela de Wells fue un éxito inmediato de crítica y público, dio fama y dinero al escritor y cambió la historia de la ciencia ficción. Alentado por el feliz resultado, en apenas cuatro años, Wells escribió otros títulos revolucionarios.

En 1896, cuando la comunidad científica del Reino Unido estaba sumida en los debates sobre la vivisección de los animales, Wells publicó La isla del doctor Moreau. En la novela un caballero de clase alta, llamado Edward Prendick, naufraga en una isla tropical perdida y conoce a un científico de nombre Moreau que trata de transformar quirúrgicamente animales en seres humanos. Los híbridos animal-humano de la novela son precursores aproximados de las quimeras embrionarias de hoy en día y presagiaron la era de la ingeniería genética.

Al año siguiente Wells publicó la novela El hombre invisible en la que un científico llamado Griffin y dedicado a la investigación en el campo de la óptica inventó una forma de cambiar el índice de refracción de su cuerpo por el del aire, logrando que no absorbiera ni reflejara la luz y consiguiendo la capacidad de volverse invisible. En el año 2014, científicos de la Universidad de Rochester diseñaron un artilugio formado por cuatro lentes que era capaz de desviar la luz y crear un punto ciego, de manera que hacía invisible cualquier objeto observado a través de él.

En 1898 publicó La guerra de los mundos, que describe una invasión marciana a la Tierra. Cuarenta años después de su publicación, en la noche de Halloween de 1938, la transmisión radiofónica de la novela en el Teatro Mercury por parte de Orson Welles provocó el pánico generalizado en la ciudad de Nueva York. Los marcianos de esta obra atacaban con lo que Wells llamó “rayo de calor”, una súper arma capaz de incinerar a humanos indefensos con apenas un destello de luz silencioso.

Portada de la primera edición de El hombre invisible. Wikimedia Commons

Seis décadas más tarde, el 16 de mayo de 1960, Theodore Maiman disparó el primer láser operativo en el Laboratorio de Investigación Hughes de California. La descripción que Wells hizo del “rayo de calor” tiene mucha afinidad con los láseres actuales, pero también con armas de energía dirigida, como las que utilizan microondas, radiación electromagnética y ondas de radio o de sonido.

Además, la novela inspiró al físico Robert Goddard, inventor del cohete de combustible líquido, a dedicar su vida a los viajes espaciales y su investigación condujo al desarrollo del programa Apolo de la NASA. Al final del relato, los seres humanos encuentran un aliado inesperado en los microorganismos terrestres, que al entrar en contacto con los alienígenas, acaban con ellos, ya que los marcianos no tenían un sistema inmunológico preparado para defenderse de potenciales nuevos patógenos como los de la Tierra.

El desenlace narrativo liga sin disimulo con el auge que experimentó la bacteriología a finales del siglo XIX y con las leyes de la selección natural de las que Wells era ferviente defensor.

En realidad, Wells tomaba un elemento de la comprensión científica de la época y lo modificaba, sin preocuparse de resolver los detalles técnicos. Consecuencia de ello, las obras de Wells, majestuosas y disruptivas, predijeron, entre otros elementos, la comunicación inalámbrica, la red informática mundial, la televisión, los vuelos espaciales, el audiolibro, la bomba atómica, la ingeniería genética y la proliferación nuclear.

Ilustración de La guerra de los mundos firmada por henri lanos y publicada en la revista Revue Je sais tout en 1905. Wikimedia Commons

*Raúl Rivas González, Catedrático de Microbiología, Universidad de Salamanca. Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation.

Comparte:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.