En el corazón de Kingston, Nueva York, el Centro de Fotografía de Woodstock (CPW) se erige como un bastión para la narrativa visual que desafía las convenciones del documentalismo tradicional. Desde su inauguración en 1973, este espacio ha sido un faro para fotógrafos que exploran las grietas de la sociedad estadounidense, aquellas fisuras invisibles que el mainstream prefiere ignorar. Es en este contexto que, del 19 de agosto al 22 de octubre de 2023, se presentó Upstate Girls to Grown Upstate: Unraveling Collar City 2004-23, una exposición monumental de Brenda Ann Kenneally que teje dos décadas de intimidad cruda con las vidas de un grupo de mujeres jóvenes en Troy, la apodada «Collar City». Esta retrospectiva no es solo un archivo fotográfico; es un tapiz vivo de resiliencia, decaimiento industrial y transformación personal, que obliga al espectador a confrontar el precio de la marginalidad en el corazón de América.
Brenda Ann Kenneally, nacida en Troy en 1962, emerge de las mismas calles que documenta. Como madre, maestra y periodista multimedia, su obra se ancla en una empatía visceral, forjada por su propia trayectoria: una infancia marcada por la pobreza, el abuso y la adicción en una familia disfuncional. Kenneally no es una observadora distante; es una participante activa, una «abeja en la colmena», como la describe un artículo del New York Times de 2018 sobre su libro homónimo. Su metodología es inmersiva: desde 2004, ha convivido con sus sujetos, compartiendo comidas, crisis y triunfos. Upstate Girls, el proyecto seminal que da origen a esta exposición, comenzó como un ensayo fotográfico sobre cinco adolescentes en riesgo —embarazos precoces, abandono escolar, entornos tóxicos— y evolucionó hacia un seguimiento longitudinal que abarca casi dos décadas. La muestra en CPW condensa este vasto corpus en fotografía, video y texto, revelando no solo el paso del tiempo en rostros y cuerpos, sino el deshilachado de una ciudad postindustrial.
Troy, con su apodo «Collar City» —alusión a las fábricas de cuellos de camisa que dominaron su economía hasta los años 70—, sirve como telón de fondo metafórico. La exposición desentraña lo asfixiante de la ciudad: deudas, adicciones, ciclos intergeneracionales de trauma. Kenneally captura el «unraveling» —el deshacerse— en capas: la urdimbre económica, tejida por el colapso manufacturero; el hilván social, roto por la desigualdad racial y de clase; y el bordado personal, donde las protagonistas cosen sus identidades a pesar de las roturas. Temas como la maternidad adolescente, el fracaso del sistema educativo público y las crisis financieras recurrentes emergen con una crudeza que evoca a fotógrafos como Nan Goldin o Mary Ellen Mark, pero con un matiz regional: el upstate neoyorquino, ese limbo olvidado entre la rust belt y el sueño americano.
La instalación en CPW es un ejercicio de arquitectura emocional. El espacio de 474 Broadway, con sus paredes blancas y techos altos, se transforma en un laberinto cronológico. Al entrar, el visitante se topa con una pared de retratos iniciales de 2004: niñas de ojos desafiantes, posando en portales derruidos o sofás raídos, sus cuerpos en el umbral de la pubertad. Estas imágenes, impresas en gran formato (algunas alcanzando los 1.2 metros), imponen una intimidad inmediata. Una foto particularmente impactante muestra a una adolescente, digamos «Jazmine» (los nombres se protegen en la exposición, pero sus historias resuenan), con un cigarrillo colgando de los labios, el fondo, un tapiz de grafitis y basura acumulada. La luz natural del atardecer del upstate se filtra a través de una ventana rota, bañando su rostro en un halo ambiguo: ¿santidad o condena? Kenneally explica en el texto adjunto: «Estas chicas no son víctimas; son arquitectas de su supervivencia, construyendo castillos en ruinas».

Avanzando, la exposición se bifurca en secciones temáticas que siguen el arco vital de las protagonistas. La primera, «Girls in the Grain» (2004-2010), se centra en la adolescencia: embarazos no planeados, fiestas clandestinas, el primer roce con la ley. Aquí, el video juega un rol esencial. Un montaje de 15 minutos, proyectado en loop sobre una pared texturizada, intercala imágenes caseras con entrevistas: voces entrecortadas narran abortos, abandonos paternos y el peso de la herencia materna. El sonido —risas ahogadas, llantos reprimidos— impregna el espacio, obligando a los visitantes a navegar entre murmullos colectivos. Una secuencia muestra a una joven dando a luz en un hospital subfinanciado, la cámara capturando no solo el dolor físico, sino el terror existencial: «¿Qué mundo le dejo?». Esta pieza, titulada Birth of a Cycle, subraya el tema central de la reproducción social: cómo la pobreza se hereda como un gen defectuoso.
Transicionando a «Grown Upstate» (2011-2018), la narrativa se oscurece. Las fotos medianas, montadas en dípticos, yuxtaponen «antes» y «después»: una chica de 14 años riendo en un parque, frente a la misma mujer de 27, ahora con ojeras y un niño en brazos, posando en un tribunal de familia. Kenneally no idealiza; documenta las cicatrices. Una imagen icónica, reproducida en su libro Upstate Girls (publicado en 2018 por powerHouse Books), muestra a «Tonya» —una de las protagonistas originales— inyectándose heroína en un baño público, el espejo roto reflejando fragmentos de su rostro. La composición es magistral: el flash crudo elimina sombras románticas, exponiendo venas hinchadas y moretones como mapas de derrota. Sin embargo, Kenneally infunde esperanza sutil: en el texto superpuesto, Tonya escribe: «La aguja es mi escape, pero mis hijos son mi ancla». Esta hibridación de imagen y palabra —inspirada en la tradición de los foto-libros de Wright Morris— eleva la exposición más allá del voyeurismo, convirtiéndola en un diálogo.
El clímax llega en «Unraveling Collar City» (2019-2023), donde el enfoque se expande al paisaje urbano y la redención colectiva. Troy se revela en panorámicas aéreas y terrestres: fábricas abandonadas como esqueletos de acero, ríos contaminados por efluentes textiles, barrios donde la gentrificación choca con la resistencia local. Kenneally incorpora colaboraciones: las protagonistas, ahora coautoras, aportando textos y videos propios. Destaca el seguimiento de Tony Stocklas, nacido durante el proyecto y documentado hasta sus 19 años. Una serie de 19 fotos de cumpleaños —Tony soplando velas sobre pasteles cada vez más elaborados— traza su crecimiento: de bebé en brazos de una madre exhausta a joven explorando el Oeste americano en un viaje grupal orquestado por Kenneally. Estas imágenes culminan en paisajes vastos: el Gran Cañón como metáfora de expansión, monumentos como el Monte Rushmore simbolizando sueños diferidos. «Los sueños son un privilegio de clase», reflexiona la artista en una nota curatorial. «Les di alas, pero el vuelo es suyo». Este cierre uplifting contrasta con el tono melancólico previo, sugiriendo que el «grown upstate» no es lineal, sino un espiral de caídas y ascensos.
Desde una perspectiva crítica, Upstate Girls to Grown Upstate trasciende el documentalismo social al interrogar el rol del fotógrafo como testigo/terapeuta. Kenneally, influida por su formación en trabajo social, evita el salvacionismo blanco: sus sujetos son multirraciales (predominantemente blancas y latinas, reflejando la demografía de Troy), y sus narrativas rechazan arquetipos. Comparada con el trabajo de Alec Soth en Sleeping by the Mississippi (2004), que poetiza la deriva rural, Kenneally es más incisiva, menos lírica; su upstate no es pintoresco, sino punzante. Críticos como Teju Cole, en reseñas del Times, han alabado esta «crónica de dolor» por su rechazo a la composición «bonita»: «Kenneally parece desinteresada en la buena fotografía; prefiere la verdad cruda». En efecto, las impresiones en gelatina de plata, con bordes irregulares y tonos sepia desvaídos, evocan daguerrotipos del siglo XIX, anclando el presente en un pasado colonial de explotación laboral.
Sin embargo, la exposición no está exenta de tensiones éticas. ¿Hasta dónde llega la intimidad consentida? Kenneally aborda esto en un video de 2023, donde las mujeres adultas reflexionan: «Al principio me sentía expuesta, pero ahora es mi historia, no solo la tuya». Esta autorreflexión mitiga acusaciones de explotación, alineándose con debates poscoloniales en la fotografía (piénsese en el escrutinio a Sally Mann en Immediate Family). Además, el componente textual —diarios, cartas, SMS impresos— democratiza la voz, transformando la exposición en un archivo participativo. En CPW, estos elementos se instalan en pedestales interactivos, invitando a anotaciones del público, un gesto que fomenta empatía sobre juicio.
En un panorama artístico saturado de abstracciones y NFT, Upstate Girls to Grown Upstate reafirma el poder del medio analógico para narrar lo colectivo a través de lo íntimo. Su impacto resuena en el contexto pospandemia: Troy, como muchas ciudades upstate, vio exacerbarse sus desigualdades durante el COVID-19, con tasas de evicción y adicción disparadas. Kenneally, quien continúa su labor como educadora, usa la fotografía no como fin, sino como catalizador: fondos de la exposición apoyaron becas para las protagonistas. Como señala una revisión en el blog PUGG de 2023, «es un recordatorio abrumador de las altas y bajas de la vida familiar, capturadas en un torrente de perspectivas que dejan al espectador conmovido y esperanzado».
Al salir de la galería, el sol poniente sobre el Hudson —el mismo río que bordea Troy— adquiere nueva profundidad: un espejo de transiciones. Kenneally no resuelve el «unraveling»; lo expone, invitándonos a coser con él. Eeste artículo apenas es un rasguño en esta obra titánica, pero su eco perdura: en las chicas que crecieron, en la ciudad que se deshace, en nosotros, testigos de una América que se niega a ser invisible. Esta exposición no es solo arte; es una cadena que ahoga hasta que jadeemos por cambio.
Este artículo ha sido redactado y/o validado por el equipo de redacción de Revista Rambla.





