Sirat, la película dirigida por Óliver Laxe y seleccionada como la representante española para los Premios Oscar 2026 en la categoría de Mejor Película Internacional, ha generado un torbellino de opiniones desde su estreno en el Festival de Cannes, donde se alzó con el Premio del Jurado. Con una premisa intrigante sobre un padre (Sergi López) y su hijo pequeño (Bruno Núñez) buscando a una hija perdida en el submundo de las raves en el desierto marroquí, la cinta prometía ser una experiencia cinematográfica audaz y transformadora. Sin embargo, tras su paso por las salas y su creciente controversia, Sirat se revela como una obra que, bajo una fachada de ambición artística, cae en la trampa de la autocomplacencia, la incoherencia narrativa y una crueldad estética que aliena más de lo que conecta. A lo largo de esta crítica, exploraremos por qué Sirat no logra cumplir con las expectativas que su campaña promocional y su prestigio festivalero han generado, y por qué su selección para los Oscar podría ser más un reflejo de la inercia de Cannes que un reconocimiento a su mérito intrínseco.

Una Premisa Prometedora que Se Desvanece en la Arena

La sinopsis de Sirat es, en teoría, un punto de partida fascinante: un padre, Luis, y su hijo pequeño, Esteban, llegan a una rave clandestina en el desierto de Marruecos en busca de Mar, la hija mayor desaparecida. Este escenario evoca ecos de clásicos como Centauros del desierto de John Ford, prometiendo una odisea emocional en un entorno exótico y hostil. La película arranca con fuerza, mostrando una rave interrumpida por soldados marroquíes que desalojan a los asistentes, lo que sugiere un trasfondo de tensión geopolítica. Sin embargo, esta premisa inicial, cargada de potencial, pronto se diluye en una serie de decisiones narrativas que priorizan la atmósfera sobre la sustancia, dejando al espectador perdido en un desierto narrativo tan árido como el paisaje que retrata.

El problema principal radica en la incapacidad de Laxe para desarrollar una historia coherente. La búsqueda de Mar, que debería ser el motor emocional de la cinta, se convierte en un pretexto para una serie de viñetas visuales y sonoras que, aunque impactantes en su ejecución, carecen de un hilo conductor claro. Los personajes, en lugar de evolucionar, parecen atrapados en un bucle de repetición: Luis reparte fotos de su hija, se encuentra con ravers excéntricos, y se adentra en un paisaje cada vez más desolador, pero estas escenas no construyen hacia un clímax significativo. La narrativa se siente fragmentada, como si Laxe estuviera más interesado en capturar la textura del desierto y el trance electrónico que en contar una historia con peso emocional o intelectual.

Un Estilo Visual que Impresiona pero No Sostiene

No se puede negar que Sirat es visualmente deslumbrante. El director de fotografía Mauro Herce captura el desierto marroquí con una paleta de colores saturados y un uso magistral de la luz natural, creando imágenes que parecen cuadros vivos. Las escenas de las raves, con sus luces estroboscópicas y la pulsación de la música electrónica de Kangding Ray, son hipnóticas, y los paisajes áridos tienen una presencia casi mitológica. Sin embargo, esta belleza visual se convierte en un arma de doble filo. Laxe parece tan enamorado de su estética que olvida que el cine no es solo un lienzo para imágenes bonitas, sino un medio para contar historias que resuenen con el público.

La cámara de Laxe observa con frialdad a sus personajes, manteniendo una distancia que impide cualquier conexión emocional. Esta elección estilística podría interpretarse como una declaración artística sobre la alienación, pero en la práctica resulta en una experiencia que se siente hueca. Los primeros planos de Sergi López, con su rostro curtido y sus ojos llenos de dolor, prometen una profundidad emocional que la película nunca entrega. En lugar de explorar la psicología de Luis o Esteban, Laxe opta por largas tomas contemplativas que, aunque técnicamente impecables, se sienten como un ejercicio de autoindulgencia. Como señala una crítica en El Economista, “la cámara, aunque hermosa, no redime la indiferencia”. Este enfoque visual, que prioriza la forma sobre el fondo, termina por agotar al espectador, que se encuentra atrapado en un espectáculo visual sin un propósito claro.

Una Narrativa que Confunde y Aliena

Uno de los mayores defectos de Sirat es su falta de claridad narrativa. La película intenta abarcar múltiples géneros—road movie, drama familiar, western crepuscular, incluso elementos de terror—pero no logra integrarlos de manera cohesiva. Por ejemplo, la transición de una road movie introspectiva a un drama con tintes bélicos en la segunda mitad de la cinta es abrupta y desconcertante. Esta ruptura, que algunos críticos han elogiado como un giro audaz, se siente más como una traición a las expectativas del público. Como menciona un usuario en FilmAffinity, la película “se parte en dos” de una manera que deja al espectador “sin saber cómo calibrar la relación amor-odio”.

Además, Sirat parece deleitarse en su propia opacidad. Los diálogos son escasos y crípticos, y los personajes secundarios, como los raveros que acompañan a Luis, carecen de desarrollo, funcionando más como arquetipos que como seres humanos complejos. La película insinúa temas profundos—la alienación en un mundo al borde del colapso, la búsqueda de redención, el choque cultural entre Occidente y el mundo árabe—pero nunca los explora con profundidad. En lugar de ofrecer respuestas o siquiera preguntas bien formuladas, Sirat se conforma con lanzar imágenes y sonidos al espectador, esperando que este encuentre un significado donde, francamente, no parece haberlo.

Crueldad Estética como Obstáculo, No como Virtud

Uno de los aspectos más controvertidos de Sirat es lo que algunos críticos han llamado su “crueldad estética”. La película no solo presenta un mundo desolador, sino que parece castigar al espectador por atreverse a buscar consuelo o claridad en él. Escenas de violencia explícita, caos sensorial y una banda sonora atronadora se combinan para crear una experiencia que, en palabras de un crítico, “es como cruzar el desierto con la promesa de un oasis que resulta estar pintado en una pared”. Esta crueldad podría haber sido justificada si sirviera a un propósito narrativo o temático claro, pero en Sirat se siente gratuita, como si Laxe quisiera provocar por el simple hecho de provocar.

En las redes sociales, muchos espectadores han expresado su frustración, acusando a la película de “abofetear al espectador” con una “saña injustificada” o de ser un “brutal tostón”. Esta reacción no es solo el producto de un público desacostumbrado al cine de autor, sino una respuesta legítima a una película que parece despreciar a su audiencia. Laxe ha defendido esta radicalidad, argumentando que su objetivo era hacer que “la gente casi bailara en el cine”, pero el resultado es más alienante que liberador. La película no invita a la catarsis ni al trance; en cambio, castiga al espectador con una experiencia que es tan agotadora como insatisfactoria.

Actuaciones Desperdiciadas en un Vacío Narrativo

El elenco de Sirat, liderado por un Sergi López en un papel que podría haber sido icónico, es uno de los pocos puntos brillantes de la película. López aporta una intensidad contenida a Luis, transmitiendo el dolor de un padre desesperado con una economía de gestos que contrasta con la grandilocuencia visual de la cinta. Sin embargo, incluso su actuación se ve limitada por un guion que no le da suficiente material para trabajar. Bruno Núñez, como Esteban, cumple como el niño vulnerable atrapado en un mundo que no comprende, pero su personaje apenas tiene líneas de diálogo, reduciéndolo a un símbolo más que a una persona.

Los personajes secundarios, como los raveros interpretados por actores no profesionales, aportan una autenticidad cruda, pero su falta de desarrollo narrativo los hace sentir como accesorios en el lienzo de Laxe. Es una lástima que un reparto con tanto potencial sea relegado a un segundo plano por una dirección que prioriza la estética sobre la humanidad.

Contexto y Recepción: ¿Un Éxito Inflado?

Sirat ha sido un éxito relativo en la taquilla española, recaudando más de 2.5 millones de euros y atrayendo a unos 400,000 espectadores. Sin embargo, este éxito parece más un producto de la intensa campaña promocional y el prestigio de Cannes que de una conexión genuina con el público. Como señala El País, la película ha provocado “abandonos en las salas y críticas furibundas en las redes”, lo que sugiere que su impacto comercial no necesariamente refleja una aceptación universal. La selección de Sirat para los Oscar, aunque lógica dado su pedigrí festivalero, parece más una apuesta segura por parte de la Academia Española que un reconocimiento a una obra verdaderamente sobresaliente.

En el contexto internacional, Sirat enfrenta una competencia feroz. Películas como La voz de Hind de Túnez y Recién nacidas de los hermanos Dardenne, también premiadas en Cannes, ofrecen narrativas más coherentes y emocionalmente resonantes. Es difícil imaginar que Sirat, con su enfoque divisivo y su falta de claridad, pueda destacar en un campo tan competitivo.

Conclusión: Un Experimento Fallido

Sirat es, sin duda, una película ambiciosa. Su director, Óliver Laxe, se arriesga al desafiar las convenciones del cine comercial y abrazar una estética radical. Sin embargo, esta ambición no se traduce en una experiencia cinematográfica satisfactoria. La película se pierde en su propio desierto de pretensiones, ofreciendo imágenes deslumbrantes pero vacías, una narrativa incoherente y una crueldad estética que aliena más de lo que ilumina. Aunque Sergi López y la fotografía de Mauro Herce elevan momentos puntuales, no son suficientes para salvar a Sirat de su propia autocomplacencia.

Para una película que aspira a representar a España en los Oscar, Sirat carece de la universalidad y la empatía necesarias para conectar con un público global. En lugar de ser una obra que trascienda fronteras, se siente como un ejercicio de cine de autor que se complace en su propia opacidad. Quizás, como sugiere un crítico, “Sirat sea un intento por golpear con fuerza” a un público anestesiado, pero esa fuerza se diluye en un lienzo que, aunque hermoso, está vacío de corazón. Para aquellos que busquen una experiencia cinematográfica que desafíe sin castigar, Sirat es una decepción que no cumple con las expectativas de su prestigio.

Redacción en  | Web |  Otros artículos del autor

Este artículo ha sido redactado y/o validado por el equipo de redacción de Revista Rambla.

Comparte: