El emprendedor de Lleida que revolucionó la bollería española
En una época en la que España aún se recuperaba de las secuelas de la posguerra, un emprendedor catalán de origen humilde vislumbró en las calles de Nueva York una oportunidad dorada: un bollo redondo con un agujero en el centro que cautivaba a niños y adultos por igual. Andreu Costafreda i Montoliu, nacido en la pequeña localidad de Alfarrás (Lleida), no solo importó una receta estadounidense, sino que creó un imperio industrial que transformó los hábitos de merienda de generaciones enteras. Su apuesta por los donuts en los años sesenta dio lugar a una de las marcas más icónicas de la bollería española, que, tras décadas de éxitos y turbulencias, terminó en manos del gigante mexicano Bimbo. Esta es la crónica de un visionario que unió tradición panadera con innovación global, basada en fuentes documentales y periodísticas fiables.
Orígenes humildes en Lleida: de huérfano a panadero urbano
Andreu Costafreda nació el 6 de febrero de 1909 en Alfarrás, un pueblo agrícola en la provincia de Lleida, en el seno de una familia dedicada a la panadería. Huérfano a los cinco años, su infancia estuvo marcada por la adversidad, lo que le obligó a trabajar desde temprana edad para sobrevivir. En 1928, con apenas 19 años, se trasladó a Barcelona, la capital industrial de Cataluña, donde abrió su primera panadería. Esta mudanza no fue casual: Barcelona era un hervidero de oportunidades en el sector alimentario, y Costafreda, con su herencia familiar, supo aprovecharla. Durante la década de 1930 y la posguerra, consolidó su experiencia en la producción de pan, un bien esencial en una España marcada por el racionamiento y la escasez.
En 1952, dio un paso decisivo al fundar Costafreda y Sugarline, una empresa dedicada a la comercialización y producción de harinas panificadoras. Esta iniciativa no solo le permitió expandir su negocio más allá de la panadería artesanal, sino que le abrió las puertas a innovaciones en la cadena de suministro. Costafreda era un emprendedor pragmático: entendía que el futuro de la alimentación pasaba por la industrialización, y su empresa se convirtió en un puente entre la tradición rural y la modernidad urbana. Para entonces, ya había formado una familia: tuvo cuatro hijos, quienes más tarde jugarían un rol clave en la sucesión empresarial.
El viaje a Nueva York: el descubrimiento que cambió todo
El punto de inflexión en la carrera de Costafreda llegó en 1961, durante un viaje a Estados Unidos, específicamente a Nueva York, donde observó el furor por los donuts. En las calles neoyorquinas, estos bollos fritos con agujero –un invento que se remonta al siglo XVII en Holanda, perfeccionado en América para asegurar una cocción uniforme– eran un éxito rotundo entre los niños como desayuno o merienda. Costafreda, con su olfato empresarial, vio un potencial inexplorado en España, donde la bollería tradicional se limitaba a rosquillas o ensaimadas sin la sofisticación industrial estadounidense.
Al regresar, Costafreda no perdió tiempo. Ese mismo año, se asoció con la familia Rivera (o Ribó, según algunas fuentes) para fundar Panificio Rivera Costafreda, una empresa que inicialmente se centró en productos como colines de pan (grisines), de alto margen de beneficio. El nombre «Panrico» surgió de una fusión ingeniosa: «Pan» de panadería, «Ri» de Rivera y «Co» de Costafreda, evocando también riqueza y prosperidad. Pero el verdadero golpe maestro vino en 1962, cuando creó Donut Corporation Española y adquirió los derechos exclusivos para producir y comercializar donuts en España y Portugal. Importó maquinaria estadounidense y adaptó la receta, utilizando harinas locales para abaratar costos y ajustar al paladar español.
La estrategia de marketing fue visionaria: posicionó los donuts como un producto infantil, con campañas publicitarias que incluían eslóganes memorables como «¡Anda, la cartera!» Esto desató una «guerra de la bollería» en el mercado español, compitiendo con marcas como Pantera Rosa, Tigretón o Phoskitos. En pocos años, los donuts se convirtieron en un icono cultural, simbolizando la americanización de los hábitos alimentarios en la España del desarrollismo franquista.
Construyendo un imperio: expansión y diversificación
Bajo el liderazgo de Costafreda, Panrico creció exponencialmente. En la década de 1970, lanzó el Bollycao, un bollo relleno que se convirtió en otro éxito de ventas. En 1973, vendió el 50% de la empresa a la británica J Lyons & Co., inyectando capital para expansión. La internacionalización llegó en 1985 con una fábrica en Sintra (Portugal), seguida de una planta en Pekín (China) en 1997, exportando donuts a más de una decena de países.
En 1984, Costafreda fundó el Grupo Panrico, consolidando operaciones en Cataluña y otras regiones españolas. La empresa diversificó su portafolio: en 2008 adquirió Artiach (incluyendo marcas como Chiquilín y Filipinos) de Kraft Foods, y en 2010 compró Bella Easo, líder en magdalenas. Para entonces, Panrico empleaba a miles y generaba cientos de millones en ingresos, con fábricas en Grecia y China (vendidas en 2005 para enfocarse en Iberia).
Sin embargo, no todo fue un camino de rosas. La crisis económica de 2008 impactó duramente: un error estratégico en 2009, al envasar donuts individualmente para bares, redujo ventas y disparó la deuda. En 2013, la empresa entró en preconcurso de acreedores, reflejando las tensiones del sector alimentario en una España en recesión.
La sucesión familiar y la venta a Bimbo: el fin de una era
Costafreda falleció el 5 de mayo de 1998 en Barcelona, a los 89 años. Sus tres hijos (Albert y otros, según fuentes) heredaron el negocio y recompraron las acciones vendidas a J Lyons, formando el Grupo Panrico. En 2005, vendieron la empresa al fondo Apax Partners por unos 900 millones de euros, una de las transacciones más lucrativas del sector en España.
Apax reestructuró, pero las deudas persistieron. En 2011, el fondo Oaktree tomó control, pero las dificultades continuaron. Finalmente, en julio de 2015, Grupo Bimbo –el coloso mexicano de la panadería– adquirió el 100% de Panrico por 190 millones de euros. Bimbo vendió simultáneamente el negocio de pan de molde a Adam Foods por 40 millones, reteniendo las marcas de bollería como Donuts, Bollycao, Qé! y Donettes. Esta operación, completada en 2016, integró Panrico en el portafolio de Bimbo, que ya operaba en España, evitando duplicidades.
Recientemente, en noviembre de 2025, el Tribunal Supremo español concedió a Bimbo la exclusividad del nombre «Donut» en España, tras ocho años de litigios con competidores, consolidando su dominio.
Legado: un agujero que marcó la cultura alimentaria española
Andreu Costafreda no solo trajo un producto; introdujo un modelo de negocio que fusionó innovación tecnológica con marketing masivo, transformando la bollería industrial en España. Sus donuts, con más de 50 años en el mercado, evocan nostalgia infantil para millones: un símbolo de la transición del franquismo al consumismo moderno. Hoy, bajo Bimbo, la marca Donuts genera cientos de millones en ventas anuales, con exportaciones globales.
Expertos en historia empresarial destacan su visión: en un país aislado, Costafreda apostó por la globalización temprana, anticipando tendencias como la comida rápida. Sin embargo, su imperio también ilustra las vulnerabilidades del capitalismo familiar: deudas, fondos de inversión y adquisiciones multinacionales. En Lleida, su legado perdura en la memoria local, recordando cómo un viaje a Nueva York horadó un nicho en la gastronomía española.
En resumen, Costafreda encarnó el espíritu emprendedor catalán: de orígenes modestos a un imperio efímero, pero influyente. Sus donuts, con su icónico agujero, siguen siendo un bocado de historia viva.
Este artículo ha sido redactado y/o validado por el equipo de redacción de Revista Rambla.





