Thomas Mann, uno de los pilares de la literatura alemana del siglo XX y ganador del Premio Nobel en 1929, publicó Muerte en Venecia (Der Tod in Venedig) en 1912, una novela corta que se erige como un monumento a la exploración de los conflictos internos del artista moderno. Esta obra, ambientada en la opulenta, pero decadente Venecia de principios del siglo, entrelaza temas como la belleza efímera, el deseo prohibido, la dicotomía entre el orden apolíneo y el caos dionisíaco, y la inevitable confrontación con la muerte. Con una prosa precisa y simbólica, Mann disecciona la psique de su protagonista, Gustav von Aschenbach, un escritor disciplinado cuya vida se desmorona ante la irrupción de una pasión irracional. Esta novela no solo refleja las tensiones culturales de la Europa prebélica, sino que también anticipa las crisis existenciales del modernismo literario.

Para comprender Muerte en Venecia, es esencial situarla en el contexto de la vida de Thomas Mann y la Europa de inicios del siglo XX. Mann, nacido en 1875 en Lübeck, provenía de una familia burguesa en declive, un tema recurrente en su obra. Influenciado por filósofos como Friedrich Nietzsche y Arthur Schopenhauer, Mann exploraba la tensión entre la razón y el instinto, un eco de la crisis cultural alemana ante la industrialización y el ocaso del romanticismo. La novela se inspira en un viaje real de Mann a Venecia en 1911, donde observó a un joven polaco que le impresionó por su belleza, aunque Mann negó cualquier paralelismo autobiográfico directo con la homosexualidad latente en la trama. Sin embargo, críticos como Erich Heller han interpretado la obra como una confesión velada de las luchas internas de Mann, quien mantenía una fachada de respetabilidad burguesa mientras lidiaba con impulsos eróticos reprimidos.

La Venecia de la novela no es mera escenografía: representa la decadencia de una civilización. En 1912, Europa se tambaleaba hacia la Primera Guerra Mundial, y Mann captura esa atmósfera de fin de ciclo, donde la belleza clásica choca con la podredumbre moderna. La epidemia de cólera que azota la ciudad simboliza no solo una amenaza física, sino también moral y espiritual, reflejando las ansiedades colectivas de una sociedad en transición.

La novela se estructura como una progresión inexorable hacia la disolución, dividida en cinco capítulos que siguen el viaje psicológico de Aschenbach. El protagonista, un escritor viudo y célebre por su disciplina ascética, decide viajar a Venecia para romper con su rutina opresiva en Múnich. Allí, en el Lido, se obsesiona con Tadzio, un adolescente polaco de belleza andrógina que evoca las estatuas griegas clásicas. Esta fascinación, inicialmente estética, se transforma en un deseo erótico que erosiona su autocontrol. Paralelamente, una plaga de cólera se propaga en secreto por la ciudad, y Aschenbach, consciente del peligro, elige permanecer, priorizando su obsesión sobre su supervivencia.

Mann emplea una narrativa en tercera persona limitada, focalizada en la mente de Aschenbach, lo que permite un acceso íntimo a sus racionalizaciones y delirios. La estructura es simétrica: el ascenso apolíneo (orden, belleza idealizada) da paso al descenso dionisíaco (caos, instinto desatado), culminando en una visión onírica donde Aschenbach sucumbe a un éxtasis pagano. Esta progresión no es lineal, sino cíclica, con motivos recurrentes como el gondolero siniestro (un Caronte moderno) y el mar Adriático, símbolo de lo infinito y lo abismal.

En el corazón de Muerte en Venecia yace la exploración de la belleza como fuerza destructiva. Aschenbach, modelado en figuras como Gustav Mahler o Richard Wagner, representa al artista que sublima sus impulsos en la creación. Su admiración por Tadzio no es meramente pederástica —un tema controvertido que ha generado debates sobre la representación de la homosexualidad en la literatura—, sino una alegoría de la búsqueda platónica de lo ideal. Mann invoca el Banquete de Platón, donde el amor por la belleza corporal eleva al alma, pero aquí se invierte: el deseo conduce a la degradación. Tadzio, mudo y etéreo, es un ídolo pasivo, un espejo en el que Aschenbach proyecta su propio envejecimiento y vacío existencial.

La dicotomía apolíneo-dionisíaca, tomada de Nietzsche en El nacimiento de la tragedia, es esencial. Aschenbach encarna lo apolíneo: forma, disciplina, racionalidad. Venecia, con su arquitectura renacentista en ruinas, introduce lo dionisíaco: exceso, irracionalidad, muerte. La plaga actúa como catalizador, simbolizando la irrupción del caos en el orden burgués. Críticos como T.J. Reed argumentan que Mann critica la represión cultural alemana, sugiriendo que la negación de los instintos lleva a la autodestrucción. Además, la novela aborda la crisis del arte moderno: ¿puede el artista sobrevivir al contacto con la vida real, o debe mantenerse en una torre de marfil? Aschenbach muere no por la enfermedad, sino por su incapacidad para reconciliar arte y deseo.

Otro tema subyacente es la decadencia europea. Venecia, «la reina del Adriático», es un microcosmos de una civilización en declive, donde el turismo burgués oculta la podredumbre. Mann usa simbolismo sensorial: el hedor de la laguna, el siroco opresivo, contrastan con la luminosidad de Tadzio, enfatizando la transitoriedad de la belleza. Esta alegoría resuena en la posguerra, influenciando obras como El gran Gatsby de Fitzgerald o La montaña mágica del propio Mann.

El estilo de Mann es magistral: una prosa densa, irónica y alusiva, que combina precisión clásica con insinuaciones modernas. Emplea leitmotiv wagnerianos —como la sonrisa de Tadzio o el maquillaje de Aschenbach— para tejer una red simbólica. La ironía narrativa es sutil: el narrador admira a Aschenbach mientras expone su hipocresía, creando una distancia crítica que invita al lector a juzgar. El lenguaje evoca la Grecia antigua, con referencias a Homero y Eurípides, fusionando clasicismo y decadencia simbolista.

Mann también juega con la ambigüedad: ¿es el deseo de Aschenbach patológico o sublime? Esta indefinición enriquece la obra, permitiendo interpretaciones psicoanalíticas (Freudianas, dada la obsesión con la madre de Tadzio) o existenciales (Camusianas, en la aceptación absurda de la muerte).

La adaptación cinematográfica de Luchino Visconti

En 1971, Luchino Visconti, maestro del neorrealismo italiano evolucionado hacia el melodrama operístico, adaptó Muerte en Venecia en una película homónima que traslada la novela a un lienzo visual suntuoso. Protagonizada por Dirk Bogarde como Aschenbach —aquí transformado en compositor, inspirado en Mahler—, la cinta amplifica la sensualidad latente en el texto de Mann. Visconti, abiertamente homosexual, infunde a la obra un homoerotismo más explícito, con tomas prolongadas de Tadzio (Björn Andrésen) que bordean el voyeurismo, contrastando con la represión verbal de la novela.

Una diferencia clave es el cambio de profesión de Aschenbach: como compositor, Visconti incorpora la Adagietto de la Quinta Sinfonía de Mahler, convirtiendo la banda sonora en un personaje más. Esta elección no solo evoca la muerte de Mahler en 1911, sino que añade capas emocionales ausentes en el libro, donde la música es metafórica. La Venecia de Visconti es opulenta y decadente, filmada en Technicolor con una fotografía de Pasqualino De Santis que captura la luz dorada y las sombras putrefactas, simbolizando el declive interior del protagonista.

Sin embargo, la adaptación no es fiel en todos los aspectos. Visconti introduce flashbacks que exploran el pasado de Aschenbach, incluyendo debates sobre arte con un amigo (basado en Alfred, un personaje inventado), lo que diluye la introspección solitaria de la novela. Críticos como Pauline Kael elogiaron la fidelidad temática, pero criticaron el ritmo lento, que emula la languidez veneciana. La película enfatiza el tema de la belleza como trampa mortal, culminando en la escena icónica de Aschenbach muriendo en la playa, con maquillaje corrido, mientras observa a Tadzio señalando al horizonte —un gesto poético al éxtasis dionisíaco.

En términos culturales, la cinta de Visconti popularizó la novela, influyendo en el cine queer posterior (piénsese en Call Me by Your Name de Guadagnino). No obstante, algunos puristas argumentan que sacrifica la sutileza irónica de Mann por un esteticismo visual excesivo, convirtiendo la obsesión en espectáculo.

Muerte en Venecia de Thomas Mann permanece como una obra fértil, un espejo de las contradicciones humanas donde la búsqueda de la belleza absoluta conduce al abismo. Su análisis revela no solo las tensiones psicológicas del individuo, sino también las fracturas de una era. La adaptación de Visconti, aunque transformadora, enriquece el diálogo entre literatura y cine, demostrando cómo un texto puede renacer en imágenes. En un mundo contemporáneo obsesionado con la juventud y la perfección estética —pensemos en las redes sociales—, la novela advierte sobre los peligros de la idealización. Mann nos deja con una pregunta eterna: ¿es la belleza, salvación o condena? En Venecia, la respuesta yace en las aguas turbias de la laguna, eternamente ambigua.

Redacción en  | Web |  Otros artículos del autor

Este artículo ha sido redactado y/o validado por el equipo de redacción de Revista Rambla.

Comparte: