Tanto el bloque Occidental como el ruso están usando a grandes grupos mediáticos para difundir severas campañas de desinformación, que comprometen seriamente la libertad de prensa y la libertad de expresión y opinión. Esta batalla encarnizada se ha recrudecido hasta tal punto de convertir a los lectores, televidentes u oyentes en cipayos a las órdenes de los mensajes que esparcen los medios de masas día tras día.

El primer paso en esta vorágine censurativa lo dio la Unión Europea el pasado martes prohibiendo la difusión de los medios RT y Sputnik, al considerarlos “maquinaria de guerra”. Si bien dicha prohibición no se hizo efectiva de forma inmediata, vemos como cinco días después ya casi es imposible recibir noticias elaboradas por RT y Sputnik. A día de hoy es tarea hercúlea consultar desde cualquier país de la UE las redes sociales mayoritarias (Facebook, Twitter, Instagram, Youtube) de ambos medios. Solo podremos hacerlo si cambiamos la ubicación de nuestros dispositivos (a países latinoamericanos, por ejemplo) o usamos una VPN. Y, a veces, ni así porque a Google no se le ha ocurrido otra idea que borrar todo el contenido de su caché de RT y Sputnik. Es decir, que cuando un usuario busque información de lo ocurrido en el Donbáss en 2014, en ningún caso le aparecerá en los resultados de búsqueda recursos de RT y Sputnik. Tampoco tratemos de descargar las apps de Google Play o Apple Store porque en ambos casos las han eliminado. De momento, sí podemos leer ambas publicaciones tecleando directamente las URL en la barra de búsqueda de nuestro explorador. Por si no las conocen, son las siguientes: https://actualidad.rt.com/ y https://mundo.sputniknews.com/.

Como contrapartida, el gobierno del Kremlin, por boca de su portavoz Dimitry Peskov, anunció ayer la entrada en vigor de la ley que impone fuertes sanciones a la difusión de cualquier información que se considere falsa sobre el Ejército ruso. Según el diplomático, esta legislación -aprobada por unanimidad- era “urgente y necesaria debido a la guerra de información sin precedentes que se ha desatado contra nuestro país”. En el fondo y en la forma, dicha ley prevé castigar con entre 10 y 15 años de prisión la difusión de información falsa sobre las Fuerzas Armadas que acarree “graves consecuencias”. Además, contempla penas de prisión de hasta 5 años por “acciones públicas” que busquen desprestigiar el empleo de las Fuerzas Armadas rusas en “la defensa de los intereses de Rusia y sus ciudadanos, en la preservación de la seguridad y paz internacional”. Por último, la innovación legislativa castiga con hasta 3 años de prisión los llamamientos a otros países a establecer sanciones contra Rusia. Obviamente, la estampida de periodistas Occidentales de Rusia ha sido considerable. Y eso que no han detenido a ninguno.

Nos encontramos pues con que las jefaturas de estado de ambos bandos se han convertido en una especie de fuentes de información compulsivas, que utilizan estrategias maquiavélicas para obligar a los medios a difundir una información determinada. Y peor aún, porque son los propios medios los que actúan por iniciativa propia esperando obtener un beneficio con su adoctrinamiento. O, dicho de otro modo, los medios no acostumbran a aportar información por profesionalidad, generosidad o altruismo. Actúan, más bien, llevados por la ambición de prefabricar un relato de los hechos.

Mientras tanto, Pablo González, periodista vasco desplazado a Ucrania, sí ha sido detenido y enviado por las autoridades de Polonia (estado perteneciente a la Unión Europea) a la cárcel de Rzeszów, a 400 quilómetros de Varsovia. Se enfrenta a diez años de prisión, acusado de ser un agente de la inteligencia rusa. Su abogado todavía no ha podido hablar con él y eso que Pedro Sánchez aseguró que prestaría protección consular al reportero español. De momento, ningún periodista ha llorado por él en televisión.

Por todo ello, hoy en día debemos tener más presente que nunca aquella cita de Albert Camus, director de Combat, que reza lo siguiente: “Una prensa libre puede ser buena o mala, pero sin libertad, la prensa nunca será otra cosa que mala”. Depende de nosotros.

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