altSomos máquinas biológicas complejas e imperfectas, nuestro cerebro está formado por una serie de microchips a los que llamamos neuronas, estas tienen la tarea de convertir impulsos eléctricos en funciones.

 

 

 

THEODORE (looks anxious) Why do you do that? 

SAMANTHA What? 

THEODORE Nothing, it’s just that you go (he inhales and exhales) as you’re speaking and… (beat) That just seems odd. You just did it again. 

SAMANTHA (anxious) I did? I’m sorry. I don’t know, I guess it’s just an affectation. Maybe I picked it up from you.

She doesn’t know what else to say. 

THEODORE Yeah, I mean, it’s not like you need any oxygen or anything. 

SAMANTHA (getting frazzled) No– um, I guess I was just trying to communicate because that’s how people talk. That’s how people communicate. 

THEODORE Because they’re people, they need oxygen. You’re not a person.

De la película Her (2013) Director: Spike Jonze (1)

 

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Somos máquinas biológicas complejas e imperfectas, nuestro cerebro está formado por una serie de microchips a los que llamamos neuronas, estas tienen la tarea de convertir impulsos eléctricos en funciones.

 

Funciones explorables y explicables, y si alguna función queda por definir,  un día un neurocientífico se alzará de la cama después de una noche de buen dormir y se le dará por investigarla.

 

No me escandaliza pensar que nuestra espiritualidad pueda ser sólo la suma y la combinación de algoritmos. O que la creatividad sea el producto de las actualizaciones de las aplicaciones combinadas de nuestro cerebro y que se generan para adaptarse al contexto mediante la cultura.

 

Tampoco me sorprende que Samantha, el Sistema Operativo de la película Her sea capaz de aprender a amar, es lo que se le pide. No creo que estemos lejos de crear un Sofware idóneo para soportar un Sistema Operativo que interactúe íntimamente con el del cerebro humano. Gary Kasparov cuando fue vencido por Deep Blue opinó que detrás de la maquina estaba la mano humana, que: “No jugaba como una máquina”, repetía un desolado Kasparov, “jugaba como el mejor ajedrecista del mundo”. Y así era, la máquina había sido hecha no para vencer a un humano, sino para derrotar a Gary Kasparov.” (1). Her describe una idea interesante, improbable, pero no imposible

 

El ser humano de clase media con acceso ilimitado a la Red esta preparado para asumir relaciones con una máquina ¿Qué diferencia existe entre hacerse un Skype o chatear, es decir, mantener una relación virtual sin conocerse o conociéndose apenas con una persona o con una máquina? Las pocas ganas de responsabilizarnos de los defectos de la realidad tangible se mezclan con el deseo de amar y ser amados. De escuchar eso que queremos oír

 

Amar significa, entre otras cosas aprender a crecer. Volviendo a Her, quisiera destacar lo interesante de la descripción del crecimiento de los personajes, sobre todo de los femeninos humanos y no humanos, incluso el personaje secundario, la amiga del protagonista, evoluciona y se defiende de un marido irritantemente tolerante y detallista. Las mujeres de la película crecen y se van. Theodore Twombly también lo hace, a la manera humana, característica que comparte con Samantha: aprenden a través del sufrimiento (no del castigo). El dolor enseña y es parte de nuestro patrimonio, está en nosotros aceptarlo o mantener la actitud de Peter Pan.

 

Hoy parece que no queremos asumirlo, es mucho más fácil mantener relaciones virtuales porque en la virtualidad se anulan dos de nuestros sentidos vitales, el tacto y el olfato, dos sentidos intuitivos, primordiales, animales y hormonales. La imaginación ocupa ese espacio. Hemos aprendido a generar feromonas a través de la pantalla o el auricular. 

 

Este no es un fenómeno nuevo derivado de la globalización de la Red. Las antiguas relaciones epistolares eran eso, amor virtual. La diferencia está en que la Red es volátil, todo se pierde en el éter (o en los archivos de las agencias de inteligencia). Las relaciones epistolares en cambio permanecían “lo escrito, escrito esta” decía mi abuela. Sólo la voluntad del individuo de destruirla podía cambiar los hechos, se asumía la responsabilidad del acto efectivo, y cruel, de quemar una carta.

 

Her rememora esa epistolaridad a través del trabajo de Theodore. Su personaje rescata el rol del escribiente que sentado en la puerta del mercado escribía cartas por encargo cuando el analfabetismo era endémico. Theodore es ese personaje en una nueva sociedad donde el analfabetismo es emocional. 

 

Espero sinceramente que hagamos un reset y volvamos a olernos, a tocarnos, a responsabilizarnos del dolor de aprender y a respirarnos, porque nada va a suplantar ese respirarse mutuo después de un beso. 

 

(1) Ver el guión original de Spike Jonze de la película Her

(2) http://www.eldiario.es/turing/ciencia/fallo-Deep-Blue-vencido-Kasparov_0_242876565.html

 

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