En un mundo cada vez más dominado por la inteligencia artificial (IA), surge un debate inquietante: ¿estamos ante la creación de una «subclase permanente» de ciudadanos condenados al desempleo crónico? Esta idea, que circula en redes sociales como una broma teórica, ha cobrado seriedad en análisis expertos. Kyle Chayka, periodista especializado en tecnología de The New Yorker, dedica un artículo reciente a este fenómeno, denominándolo el «nuevo lumpenproletariado», una actualización robotizada del concepto marxista del Manifiesto Comunista. Chayka argumenta que la IA no solo automatiza tareas, sino que genera un sistema de castas donde los desplazados por algoritmos quedan excluidos del mercado laboral, sin acceso a trabajo, vivienda, salud o estabilidad familiar. Esta subclase, desprovista de conciencia de clase colectiva, podría incluso inclinarse hacia la ultraderecha en sus votaciones, exacerbando divisiones políticas.
El vínculo con la cultura del «trabajador 996» –el horario de 9 a.m. a 9 p.m., seis días a la semana, popularizado en la industria tech china– es directo: para evitar caer en esta subclase, muchos se ven obligados a adoptar ritmos inhumanos, convertidos en «bots» productivos. Informes de organizaciones como la OCDE, McKinsey Global Institute y el Foro Económico Mundial (WEF) confirman que la IA acelera la desigualdad, afectando a todos sin distinción de generación, sexo o raza. Este artículo explora estas dinámicas, basándose en fuentes fiables, para desentrañar si la IA representa una trampa perfecta para la sociedad contemporánea.
El Nuevo Lumpenproletariado: De Marx a la Automatización
Karl Marx y Friedrich Engels describieron en 1848 al lumpenproletariado como la «escoria social» –una masa pasiva y desechada por la sociedad industrial, incapaz de integrarse al proletariado y vulnerable a manipulaciones reaccionarias. Chayka actualiza este concepto en el contexto de la IA: la «subclase permanente» sería aquella desplazada por algoritmos que superan la capacidad humana en tareas cognitivas y físicas. Según su análisis, el miedo a esta subclase surge del avance imparable de la IA, que ya infiltra la vida cotidiana –desde agentes de Salesforce hasta autos autónomos de Waymo–. «El miedo a una subclase permanente refleja que no hay una visión coherente para una sociedad dominada por la IA», escribe Chayka, citando a expertos como Jasmine Sun, quien advierte de una bifurcación salarial en Silicon Valley: unos pocos ganan fortunas, mientras la mayoría lucha por salarios normales.
Esta subclase no es hipotética. Leopold Aschenbrenner, ex investigador de OpenAI, predice que para 2027, los modelos de IA igualarán o superarán a los humanos en investigación e ingeniería, haciendo a muchos «superfluos». Nate Soares, del Machine Intelligence Research Institute, añade: «Los humanos no son la disposición más eficiente de la materia para casi ningún trabajo». El resultado: una sociedad de castas donde los dueños del «compute» (poder de procesamiento IA) controlan la producción, un grupo intermedio genera «slop» (contenido IA-aumentado), y una base consume medios curados por algoritmos, sin opciones de ascenso. Chayka destaca que, irónicamente, para escapar, hay que «grindear» como bots –un eco del 996–, pero sin garantía de éxito. Esta dinámica erosiona la conciencia de clase: en lugar de radicalizarse, los afectados compiten individualmente, votando a menudo por opciones ultraconservadoras que prometen restaurar un orden perdido.
El Impacto Económico de la IA: Desplazamiento Masivo y Necesidad de Reskilling
La OCDE, en su encuesta a empleadores y trabajadores, revela que la IA mejora el rendimiento laboral y las condiciones de trabajo para muchos, con actitudes positivas: el 60-70% de los encuestados ve beneficios en productividad y seguridad. Sin embargo, advierte de riesgos: brechas de habilidades afectan al 39% de los trabajadores, y la exposición a IA es desigual, con sectores como finanzas (97% adopción) y tecnología (99%) liderando, mientras que trabajos de bajo salario –soporte de oficina, servicio al cliente– enfrentan declives del 1.6-0.8 millones de puestos en EE.UU. por 2030.
McKinsey Global Institute proyecta que la IA generativa automatizará hasta el 30% de las horas trabajadas en EE.UU. para 2030, acelerando 12 millones de transiciones ocupacionales –25% más que estimaciones previas sin IA–. Los más vulnerables son trabajadores de bajos salarios (hasta 14 veces más probabilidades de cambio), mujeres (1.5 veces más expuestas) y minorías étnicas. Sectores como soporte administrativo perderán 3.7 millones de empleos, pero crecerán en salud (3.5 millones) y STEM (23%). Sin reskilling masivo –necesario para 11.8 millones–, surge una subclase: «No es de interés nacional que grandes números formen una subclase permanente luchando por pagar gastos», alerta Brookings.
El WEF, en su Future of Jobs Report 2025, estima 170 millones de nuevos empleos por IA y tecnología hasta 2030, pero 92 millones desplazados –neto +78 millones–. Roles crecientes: especialistas en IA (+82%), analistas de datos (+41%); declinantes: clerks (-26%), secretarios (-20%). Brechas de habilidades (63% de barreras para transformación) agravan desigualdades, con 59% de trabajadores necesitando entrenamiento. En economías emergentes, 800 millones de jóvenes podrían quedar excluidos si solo se crean 420 millones de puestos. La IA, al desplazar entradas laborales primero (e.g., software), crea un bucle: «Frankenstein mató a su creador», como dice Soares.
La Cultura 996: La Trampa del Hustle Bot-Like
Originada en China, donde fue declarada ilegal en 2021 tras protestas por «esclavitud moderna», la cultura 996 se expande a Silicon Valley por la competencia IA con Pekín. Startups como Rilla exigen 70+ horas semanales, ofreciendo comidas para retener empleados; Sotira lo ve esencial para fundadores. «Para construir una compañía de $10 mil millones, necesitas semanas de siete días», dice Harry Stebbings. Críticas abundan: en EE.UU., viola leyes laborales, y estudios muestran que reduce productividad por burnout.
Chayka conecta esto al escape de la subclase: «La única forma de evitarla es inclinarse y hustlear (trabajar duro) como un bot». Sun describe al empleado ideal como un «cracked twenty-two-year-old» hiperproductivo. Sin embargo, esta trampa perfecciona la desigualdad: solo unos pocos ascienden, mientras la mayoría se agota sin garantías, perpetuando un ciclo donde la IA reemplaza a los no «botizados».
¿La Trampa Perfecta?
Esta subclase no discrimina: afecta jóvenes sin entrada laboral, mayores desplazados, independientemente de género o raza. Consecuencias: sin empleo, acceso a vivienda o salud se erosiona, forzando 996 o marginación. La OCDE urge políticas: reskilling público-privado, UBI experimental. Sin ellas, desigualdad se profundiza, con voto ultraderecha como reacción –Marx advertía que el lumpen es «herramienta de intriga reaccionaria». Brookings propone redes de seguridad para IA-desplazados.
La IA promete productividad, pero sin redistribución, crea castas irreversibles. Como dice Chayka, «Nadie trabaja más, y los no invertidos no tienen chance de subir». Esta subclase transversal nos recuerda: todos podríamos formar parte. Urge acción para que la IA libere, no esclavice.
Este artículo ha sido redactado y/o validado por el equipo de redacción de Revista Rambla.





