altLes voy a explicar algo que no habrán visto, ni escuchado ni leído en ninguna televisión, radio o periódico de fuera de Catalunya: la violencia terrible e injustificada de la policía nacional contra algunos seguidores del Barça que llevaban esteladas durante la final de la Copa del Rey de fútbol en Valencia.

 

 

Les voy a explicar algo que no habrán visto, ni escuchado ni leído en ninguna televisión, radio o periódico de fuera de Catalunya: la violencia terrible e injustificada de la policía nacional contra algunos seguidores del Barça que llevaban esteladas durante la final de la Copa del Rey de fútbol en Valencia.

 

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Una acción indiscriminada con numerosas situaciones de abuso de poder y superioridad numérica que se sumaron a la actitud prepotente, la mofa, los comentarios despectivos y las provocaciones verbales que tuvieron que sufrir los aficionados barcelonistas escoltados por las fuerzas de seguridad (¿) hasta el estadio de Mestalla.

 

En una de estas palizas, un vecino de Cadaqués de 26 años fue brutalmente golpeado cuando en el descanso del partido se dirigía al lavabo vestido con camiseta azulgrana y una estelada colgada al cuello. Hasta ocho agentes le inmovilizaron y terminó en el hospital de Santa Fe con un parte médico digno de mención: fisura en la costilla, varios hematomas en el ojo izquierdo, edemas en el pabellón auricular y en los muñecas y erosiones en el pómulo. Después de ser atendido, fue tratado como un criminal recluido en un calabozo de madrugada hasta ser liberado el día siguiente acusado de resistencia.

 

Quizás hubiera sido necesario que la Generalitat enviara un contingente numeroso de Mossos d’Esquadra para garantizar la integridad física de los seguidores barcelonistas. ¿Alguien se imagina a los Mossos agrediendo aficionados madridistas en Catalunya por llevar banderas españolas en una final de la competición que sea?

 

En la zona habilitada para los madridistas, un panorama bien distinto: exhibición impune de símbolos fascistas de todo tipo, desde las típicas banderas franquistas con el aguilucho hasta una esvástica. La fiesta se completó con un grupo de Ultra Sur que decidieron quemar una senyera antes del comienzo del partido. Pasividad e indiferencia de las autoridades correspondientes.

 

Nada nuevo bajo el sol excepto la permisividad con los que cantan de cara a él. En la final de la misma competición del 2012, que enfrentó al Barça con el Atlético de Bilbao, los pitidos al himno español por parte de las dos aficiones fueron la excusa perfecta para desviar la atención. Mientras tanto, la policía repartía estopa sin pausa, denunciaba gente por llevar esteladas y ponía multas a vehículos a priori mal estacionados por llevar distintivos catalanes y vascos. Durante la celebración del Mundial ganado por España los coches tampoco respetaron las normas de aparcamiento pero en este caso todo estaba justificado. Llevaban la rojigualda, la que purifica la sangre y ennoblece.

 

Por cierto, en aquella misma cita, jaleada por una Esperanza Aguirre que amenazaba con suspender la final en caso que el himno fuera silbado, la Falange consiguió manifestarse por las calles de la capital española, gracias a la autorización del Tribunal de Justicia de Madrid.

 

Estos episodios lamentables acarrean varios problemas graves. No sólo el hecho de que el rol de la policía debería ser el protector y no el represivo, ni tan siquiera que el simple acto de ostentar un símbolo democrático de manera pacífica sea castigado y reprimido nos devuelva a la época de los grises a caballo (franquismo puro y duro). El peligro más importante es que, con la excusa de oponerse a la autodeterminación, un derecho internacional público inalienable a todos los pueblos y con efecto erga omnes, o sea, una opción democrática, legítima y respetable, el Estado institucionalice la persecución y el linchamiento a Catalunya y que esta violencia se convierta en rutina cotidiana, en normalidad. Hasta el punto que se venda como algo justificado, como una respuesta necesaria o represalia inevitable para proteger la sacrosanta unidad de la nación española. Igual que sucedió en el 2013 cuando la delegación de Madrid de la Generalitat celebraba la Diada y un grupo de energúmenos boicoteó el acto: condenas con la boca pequeña y Fernández Díaz argumentando que en realidad la agresión de Blanquerna era una especie de consecuencia lógica de lo que sucedía en Catalunya y que la culpa era de los que habían quemado banderas españolas. Vaya, que se lo habían buscado.

 

Igual que Girauta, periodista y candidato de C’s, que acusó de golpista a Carme Forcadell y responsabilizó la Asamblea Nacional Catalana de una futura e hipotética violencia, la que el nacionalismo español intolerante y excluyente anhela con todas sus fuerzas para desacreditar el soberanismo y que hasta ahora ha sido incapaz de hacer germinar. Cinismo de caraduras y miserables.

 

En las agresiones en la final de la Copa del Rey destacan dos cuestiones especialmente vergonzosas: por un lado, el silencio cobarde y cómplice de los medios de comunicación españoles (quizás eufóricos y cegados por el triunfo blanco y el deseado cambio de ciclo), algunos de los cuales han avivado el fuego en tertulias incendiarias de taverna-caverna (tuteladas y subvencionadas por el especulador inmobiliario obsesionado por la Décima). Por el otro, el hecho de que detrás de estos perros rabiosos y primarios atrincherados en sus escudos, cascos y porras, se encuentren señores respetables con traje y corbata en despachos y ministerios. ¿Quién es más bárbaro y culpable, el que ordena o el que acata?

 

El vecino de Cadaqués ha presentado denuncia y ERC quiere llevar el caso al Congreso pero la politización de unos tribunales ya de por hostiles a todo lo que huela a catalán hacen concebir escasas esperanzas de éxito. El carácter conciliador y de buen samaritano del catalán, acostumbrado a poner la otra mejilla en vez de rebelarse hacia una situación injusta, minimiza todavía más las opciones. Y de la federación española, sólo se puede esperar que se laven las manos. Eso , en cada partido de Champions, la UEFA despliega banderas con el respeto como valor esencial.

 

Mucho más allá de la tolerancia cero con estos actos urgen medidas firmes, consensuadas y valientes contra la violencia, el recurso de los débiles que no saben, no quieren o no pueden convencer mediante las palabras. Y la regeneración democrática de un país incapaz de juzgar un régimen fascista y de hacer compatible el patriotismo con el respeto a las diferentes naciones, culturas y sensibilidades del Estado, es ya cuestión de supervivencia.

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