Pocas producciones han generado tanto revuelo –y merecida indignación– como «Monstruo: La Historia de Jeffrey Dahmer» (Monster: The Jeffrey Dahmer Story), la serie antológica de Netflix creada por Ryan Murphy e Ian Brennan. Estrenada en septiembre de 2022, esta primera temporada de diez episodios se centra en el infame asesino en serie Jeffrey Dahmer, interpretado por Evan Peters, y pretende explorar no solo sus crímenes sino también las fallas sistémicas que permitieron su reinado de terror entre 1978 y 1991. Sin embargo, lo que se presenta como un análisis profundo resulta ser un espectáculo sensacionalista, explotador y éticamente bankrupt, que prioriza el shock value sobre la empatía o la verdad. Con una calificación del 57% en Rotten Tomatoes y un Metacritic de 46/100, la serie no solo falla en honrar a las víctimas, sino que las revictimiza en nombre del entretenimiento masivo.
Desde el primer episodio, titulado «Bad Meat», la serie establece un tono que oscila entre lo pretencioso y lo grotesco. Murphy, conocido por sus excesos en series como «American Horror Story», aplica aquí su fórmula característica: escenas estilizadas, música ominosa compuesta por Nick Cave y Warren Ellis, y un enfoque en lo macabro que roza lo pornográfico. El guion, coescrito por Murphy, Brennan y colaboradores como Janet Mock, intenta equilibrar la perspectiva de Dahmer con las de sus víctimas y sus familias, pero termina humanizándolo de manera problemática. Vemos flashbacks de su infancia turbulenta, con un padre distante (Richard Jenkins) y una madre inestable (Penelope Ann Miller), que sirven como excusa para justificar –o al menos contextualizar– sus actos. Esta «humanización» no es nueva en el true crime, pero en «Monstruo» se siente manipuladora, como si la serie nos invitara a empatizar con el asesino mientras las víctimas se reducen a meros accesorios narrativos. Por ejemplo, el episodio «Silenced» se centra en Tony Hughes, una víctima sorda interpretada por Rodney Burford, pero su historia se subordina al drama de Dahmer, convirtiendo un relato de vulnerabilidad en un pretexto para más horror gráfico.
La dirección, repartida entre cineastas como Carl Franklin y Jennifer Lynch, agrava estos problemas. Franklin, quien dirige varios episodios clave, opta por un estilo visual que enfatiza la oscuridad literal y metafórica: apartamentos claustrofóbicos, luces tenues y close-ups interminables en los ojos vacíos de Peters. Si bien esto podría interpretarse como una metáfora de la soledad del asesino, en realidad amplifica el voyeurismo. Escenas de desmembramiento y canibalismo se presentan con un detalle innecesario, recordándonos que Netflix no escatima en efectos especiales para mantenernos pegados a la pantalla. Pero ¿a qué costo? La serie acumuló más de 1 billón de horas vistas en sus primeros 60 días, convirtiéndose en uno de los mayores éxitos de la plataforma, lo que subraya cómo el algoritmo premia el contenido provocador sobre el sustancial. Críticos han notado que esta aproximación «tilts into exploitation», transformando el sufrimiento real en un carnaval de gore que deja al espectador sintiéndose sucio, no iluminado.
Evan Peters, quien ganó un Golden Globe por su interpretación, es quizás el elemento más controvertido. Su Dahmer es un retrato meticuloso: el acento midwestern, la torpeza social, los momentos de aparente vulnerabilidad. Peters se sumerge en el rol con una intensidad que roza lo obsesivo, pero esto no redime el personaje; al contrario, lo hace más sabrosa, invitando a una fascinación malsana. En entrevistas, Peters ha admitido que el rol lo dejó emocionalmente exhausto, pero ¿y las familias de las víctimas? Rita Isbell, hermana de una víctima, criticó públicamente cómo la serie recreó su testimonio en corte sin permiso, llamándolo «desgarrador» y acusando a Netflix de no contactar a las familias. Eric Perry, primo de otra víctima, expresó similar indignación, argumentando que la serie carece de «respeto» y solo busca ratings. Niecy Nash, como la vecina Glenda Cleveland, ofrece un contrapunto sólido, destacando el racismo y la negligencia policial que permitió los crímenes (la mayoría de las víctimas eran hombres gais de color). Sin embargo, incluso su arco se siente subdesarrollado, usado como vehículo para criticar el sistema sin profundizar en las implicaciones raciales más allá de lo superficial.
Éticamente, «Monstruo» es un desastre. Lanzada bajo el sello de true crime, la serie ignora las voces de los afectados en favor de una narrativa dramatizada. Familias de las víctimas han acusado a Netflix de «profiting off their trauma», con una prima de una víctima declarando que la producción los «retraumatizó» sin compensación o consulta. Un estudio publicado en Business Ethics Quarterly examina cómo series como esta convierten el trauma en entretenimiento, cuestionando la responsabilidad corporativa de Netflix. La plataforma inicialmente etiquetó la serie como LGBTQ, lo que generó backlash por asociar la identidad queer con violencia, llevando a su remoción el 23 de septiembre de 2022. Además, acusaciones de maltrato racial en el set, por parte de la asistente de producción Kim Alsup, pintan un cuadro de hipocresía: una serie que critica el racismo sistémico mientras lo perpetúa detrás de cámaras.
En términos narrativos, la serie padece de redundancia y longitud excesiva. Con episodios de 36 a 65 minutos, «Monstruo» se arrastra en repeticiones: vemos múltiples perspectivas de los mismos eventos, pero sin añadir profundidad. El episodio «God of Forgiveness, God of Vengeance» intenta un cierre catártico, pero falla al no confrontar el legado duradero de los crímenes. En lugar de educar sobre prevención o justicia restaurativa, la serie se regodea en el horror, alineándose con la crítica de que el true crime ha ido «too far» en 2022. Comparada con documentales como «Conversations with a Killer: The Jeffrey Dahmer Tapes», que usan material real sin dramatización, «Monstruo» parece una versión hollywoodense barata, priorizando el drama sobre la precisión factual. Inexactitudes, como la exageración de ciertos eventos para impacto dramático, erosionan su credibilidad.
El impacto cultural es igualmente problemático. La serie inspiró un auge en TikTok de edits «romantizando» a Dahmer, con usuarios jóvenes idealizando al asesino, lo que resalta los peligros de romantizar la violencia. En Reddit, usuarios debaten si era «poco ético» producirla, con muchos argumentando que perpetúa el ciclo de trauma para las familias vivas. Nancy Glass, quien entrevistó a Dahmer, defendió la serie en entrevistas, pero esto no mitiga las críticas de que Netflix prioriza ganancias sobre ética. (Nota: Múltiples posts en X repiten este enlace, indicando un eco en la conversación pública.)
A nivel técnico, la cinematografía de Jason McCormick y la edición de Stephanie Filo son competentes, pero sirven a un propósito siniestro. La música, aunque atmosférica, se siente manipuladora, forzando emociones donde el guion falla. El casting, con actores como Michael Learned como la abuela de Dahmer, añade capas, pero no salva el todo. En última instancia, «Monstruo» ejemplifica el lado oscuro del streaming: contenido diseñado para virales y maratones, no para reflexión.
Como antología, la serie ha continuado con temporadas sobre los hermanos Menéndez y Ed Gein, acumulando más controversias, como acusaciones de inexactitudes y hasta un asesinato inspirado en la segunda temporada en 2025. Pero la primera temporada establece el tono: un fracaso moral y artístico. En una era donde el true crime satura el mercado, «Monstruo» no innova; explota. Para una revista de cine y TV, recomiendo evitarla –o verla con escepticismo crítico– y optar por narrativas que honren a las víctimas sin convertirlas en espectáculo. Esta serie no es monstruosa por su tema, sino por su ejecución: un recordatorio de que no todo horror real merece ser recreado para el consumo masivo.
Este artículo ha sido redactado y/o validado por el equipo de redacción de Revista Rambla.




