Cuenta el mito, que los dioses condenaron a Sísifo a subir una gigantesca piedra a la cumbre de una montaña, sólo para verla rodar hasta la base, una y otra y otra vez.

En su ensayo “El mito de Sísifo”, Albert Camus se centra en el momento en que el condenado ve rodar la gigantesca piedra, y comienza a descender la montaña a sabiendas de que al día siguiente tiene que acometer exactamente la misma tarea.

“Esa hora en que la respiración se repite con la misma certeza con la que lo hará su sufrimiento, esa es la hora de la consciencia,” dice el francés. Y añade, “si la historia de Sísifo es trágica, es porque su héroe es plenamente consciente de su existencia.”

Pero ese estado de consciencia que convierte este mito en una tragedia, es el mismo que permite imaginar a Sísifo feliz.

“Nuestra tarea no es entender el sentido de catástrofes como el coronavirus, porque no tienen ninguno. Nuestra tarea es imaginar a Sísifo feliz,” dice Weiner en su artículo para el diario norteamericano.

Para ello, hay que pensar la existencia de Sísifo desde otra perspectiva.

Si el condenado se resigna a su realidad, la monumental tarea que debe repetir a diario le parecerá desesperanzadora y su corazón se tornará melancólico. Pero si la acepta, se apropia de su destino y de la piedra cuyo peso tiene que soportar a diario. En ese momento consigue lo que Camus denomina una victoria absurda.

“La felicidad y el absurdo son hijos de la misma tierra. Son inseparables,” explica el francés. Para imaginar a Sísifo feliz, basta con aceptar lo absurdo de la vida, y persistir sin ceder a la desesperación, porque “no hay sol sin sombra, y es indispensable conocer la noche”.

Y concluye, “la lucha por alcanzar la cumbre de la montaña es suficiente para llenar el corazón de cualquier hombre. Uno debe imaginar a Sísifo feliz.”

Fuente: Revista Arcadia

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