En un contexto donde los derechos de las mujeres y la libertad de expresión chocan con tradiciones conservadoras y leyes restrictivas, el caso de Ibtissam «Betty» Lachgar ha captado la atención global. Esta activista feminista marroquí, de 50 años, ha sido condenada recientemente a dos años y medio de prisión por un acto de protesta que desafía directamente las normas religiosas y sociales de su país. Su delito: lucir una camiseta con la inscripción «Alá es lesbiana» y publicarla en redes sociales.
Activista Incansable
Ibtissam Lachgar, nacida en Rabat en agosto de 1975, es psicóloga de profesión y cofundadora del Movimiento Alternativo por las Libertades Individuales (MALI), una organización que defiende la libertad de conciencia, los derechos sexuales, el aborto, los derechos LGTB+ y la separación entre religión y Estado. Hija de un sindicalista y defensor de derechos humanos, Lachgar se formó en psicología, criminología y victimología en París, y actualmente cursa un doctorado en psicoanálisis. Se declara abiertamente atea, una posición que en Marruecos —un país donde el islam es la religión oficial y predomina un conservadurismo social— la ha colocado en el centro de controversias durante más de una década.
Su trayectoria activista está marcada por acciones provocadoras que cuestionan las «líneas rojas» de la sociedad marroquí. En 2009, organizó un «pícnic de Ramadán» para protestar contra el artículo 222 del código penal, que prohíbe comer en público durante el ayuno sagrado; la policía impidió el evento y la interrogó. En 2012, invitó a la organización Women on Waves a atracar un barco en costas marroquíes para promover abortos seguros, lo que resultó en la intervención de la marina y la expulsión del buque. Un año después, en 2013, lideró un «beso-in» frente al parlamento en Rabat en solidaridad con adolescentes arrestados por publicar una foto besándose en Facebook. Estas acciones le han valido detenciones previas: en 2016, fue arrestada tras un altercado con un vendedor ambulante, alegando agresión sexual durante su custodia; y en 2018, tras denunciar amenazas, fue acusada de ebriedad pública y liberada sin cargos. Lachgar también participó en el movimiento prodemocrático del 20 de febrero de 2011 y ha criticado el «feminismo estatal» marroquí, abogando por la abolición de la pornoprostitución a través del Colectivo para la Abolición de la Pornoprostitución (CAPP).
El Incidente que Desató la Polémica
El 31 de julio de 2025, Lachgar publicó en la plataforma X (anteriormente Twitter) una fotografía de sí misma vistiendo una camiseta con el lema «Alá es lesbiana». El pie de foto era igualmente contundente: criticaba las religiones, en particular el islam, como «fascistas, falocráticas y misóginas», y denunciaba la hipocresía y las acusaciones constantes contra las disidentes. La publicación, que jugaba con frases como «Dios es mujer» para subvertir narrativas religiosas, generó una oleada inmediata de acoso cibernético: miles de amenazas de muerte, violación, linchamiento y lapidación.
Lachgar defendió su acción como un mensaje político feminista contra el sexismo, no como un insulto directo al islam. Sin embargo, el 10 de agosto de 2025, fue arrestada en Rabat por la fiscalía, que abrió una investigación por «ofensas a la divinidad» e «insultos al islam». La camiseta y la publicación violaban el artículo 267-5 del código penal marroquí, que penaliza el ultraje a la religión con hasta cinco años de prisión.
Proceso Judicial y la Condena
El juicio se llevó a cabo en el Tribunal de Primera Instancia de Rabat. Durante las audiencias, Lachgar apareció con un pañuelo en la cabeza y un cabestrillo en el brazo, revelando su batalla contra el cáncer. Tiene programada una cirugía en septiembre de 2025, donde los médicos decidirán si amputar su brazo o implantar una prótesis. Sus abogados solicitaron su libertad provisional por razones médicas, argumentando aislamiento en custodia y violación de derechos constitucionales, pero el tribunal denegó la petición, manteniéndola detenida.
El 3 de septiembre de 2025, el tribunal la condenó a 30 meses de prisión (dos años y medio) y una multa de 50.000 dirhams marroquíes (aproximadamente 5.000 dólares) por blasfemia. Sus abogados, incluyendo a Naima El, anunciaron que apelarán la sentencia, citando protecciones constitucionales a la libertad de expresión que no se aplican en la práctica. Grupos de derechos humanos, como Amnistía Internacional y FiLiA (una conferencia feminista británica donde Lachgar estaba invitada a hablar en octubre), han calificado la condena como un «ataque impactante» a los derechos humanos y una violación a la libertad de pensamiento. El caso ha avivado debates nacionales sobre la aplicación de leyes religiosas en un país que se presenta como moderado en el mundo árabe.
Debate sobre Derechos en Marruecos
La condena ha generado indignación global. Organizaciones como Human Rights Watch y el Consejo de Ex-Musulmanes han exigido su liberación inmediata, destacando cómo el caso ejemplifica la represión contra disidentes feministas y ateos en Marruecos. En redes sociales, campañas como #FreeBetty han ganado tracción, con llamados a boicotear el turismo marroquí y presionar diplomáticamente. Críticos argumentan que, aunque la Constitución marroquí de 2011 garantiza libertades, en la práctica prevalecen códigos penales heredados del colonialismo francés, adaptados para proteger el islam suní.
El caso de Lachgar no es aislado: Marruecos ha visto arrestos similares por blasfemia, como el de una mujer en 2019 por un meme religioso. Sin embargo, su perfil como activista LGTB+ y feminista añade capas de discriminación de género y orientación sexual, en un país donde la homosexualidad es ilegal y el aborto restringido.
Reflexión sobre el Patriarcado Religioso
El caso de Ibtissam Lachgar ilustra no solo las limitaciones a la libertad de expresión en Marruecos, sino también cómo las estructuras religiosas pueden perpetuar desigualdades. A través de su provocación, Lachgar buscaba cuestionar narrativas dominantes que subyugan a las mujeres y a las minorías sexuales. Al final, considerando las interpretaciones predominantes del islam en contextos como el marroquí —donde leyes y costumbres a menudo priorizan perspectivas masculinas y heteronormativas—, Alá probablemente sea machista y misógino, tal como lo sugieren las críticas de activistas como ella. Su condena refuerza la necesidad urgente de reformas que prioricen los derechos humanos sobre dogmas religiosos.
Este artículo ha sido redactado y/o validado por el equipo de redacción de Revista Rambla.





