Los conflictos entre grupos del narcotráfico y las fuerzas del gobierno ya tienen un saldo de varios cientos de miles de vidas y han impulsado una desintegración social violenta a lo largo y ancho del país. El flujo de fentanilo —muy barato y aún más letal— a través de la frontera con los Estados Unidos también está acelerando una epidemia de opioides que ha matado a más de un millón de norteamericanos desde el año 2000. Ha llegado al punto de que el candidato presidencial republicano, Donald Trump, ha amenazado con mandar al ejército a México para combatir a los carteles si gana las elecciones en noviembre de este año. No obstante todo este horror, la historia del comercio de drogas entre México y los Estados Unidos es menos un cuento de polis y capos que una fábula sobre las consecuencias imprevistas de políticas oficiales en ambos lados de la frontera.

En un artículo académico publicado hace algunas semanas, demuestro que no se puede separar la emergencia y expansión del narcotráfico en México y los Estados Unidos de un conjunto de procesos de modernización social, política y económica, todos promovidos por los gobiernos de ambas naciones. Se trata del lado oscuro del Milagro mexicano que transformó al país entre 1940 y 1970.

Estimulado por la promoción estatal de mejoras en infraestructura y la migración masiva, el tráfico de drogas impulsó un mayor desarrollo económico legal en todo el país. Esto hace que forme parte de la estructura misma de México, tal como la conocemos hoy.

Cárteles, cultivos y comercio

El estado de Durango, en el norte de México, nos aporta un ejemplo perfecto de esta historia. Ahí, la violencia de la Revolución mexicana (1910-1920) seguida por el shock económico de la Gran Depresión (1929) llevaron al cierre de las minas de oro, plata y plomo que antes habían sido el motor principal de la economía regional.

Muchos de los exmineros de Durango, endurecidos por la violencia y azotados por la pobreza, enfrentaron la turbulencia nacional y global recurriendo a la amapola, un cultivo comercial lucrativo (y desde 1920, ilegal). La goma de esta flor proporciona la materia prima para la heroína, que pronto se conocería en México como “la chiva”.

El cultivo de la amapola en Durango despegó en la década de 1940. La Segunda Guerra Mundial aisló a los narcotraficantes estadounidenses de sus proveedores tradicionales en Europa y Asia, estimulando la demanda de heroína producida en México. En respuesta, funcionarios estadounidenses como Harry J. Anslinger promovieron una “cruzada” contra el tráfico de esta y otras drogas en ambos lados de la frontera.

Esto implicó patrocinar y supervisar campañas de erradicación militarizadas en lugares como las montañas de Durango. En 1944, una expedición conjunta entre oficiales de los Estados Unidos y militares mexicanos localizó la plantación de opio más grande jamás descubierta en México: del tamaño de 325 campos de futbol. Habría generado cuatro toneladas y media de opio por cosecha, suficiente para producir una cantidad de heroína pura valorada en más de 450 millones de pesos (27 millones de dólares) en el mercado actual.

Sin embargo, los caciques locales, comandantes de policía y mandos militares protegieron, cobraron impuestos e incluso invirtieron directamente en el comercio de opio en Durango, saboteando las campañas que otros oficiales del mismo gobierno llevaron a cabo en su contra. Al hacerlo, evitaron conflictos con sus electores y se quedaron con una parte de las ganancias ilícitas, las cuales impulsaron el desarrollo de la economía local y facilitaron su integración a la economía nacional.

La Guerra Fría en México

A medida que la Segunda Guerra Mundial dio paso a la Guerra Fría, los países latinoamericanos (a menudo con asistencia financiera estadounidense) promovieron la urbanización, la industrialización, la expansión de infraestructura, el crecimiento demográfico y la integración económica transnacional. Lo hicieron no sólo para generar riqueza para sus élites, sino también para contrarrestar la amenaza percibida de la “subversión comunista”.

En México, entre 1950 y 1970, el Estado priista invirtió masivamente en servicios públicos y desarrollo industrial y agrícola. Esto duplicó el tamaño de la economía y transformó una sociedad predominantemente rural en una sociedad “moderna”, capitalista de consumo y mayoritariamente urbana.

Este Milagro mexicano también transformó al narcotráfico. Se construyeron nuevas carreteras para promover el desarrollo capitalista, integrar las economías mexicana y estadounidense y facilitar maniobras militares como parte de una política de “defensa hemisférica” contra los soviéticos. Pero la nueva infraestructura también conectó los campos de amapola de Durango con el resto del norte de México hasta la frontera con Estados Unidos.

Estas carreteras también facilitaron la salida de miles de personas de una gran parte del México rural —incluyendo el estado de Durango— a Estados Unidos como trabajadores temporales en el marco del programa bracero. Este programa buscaba resolver la escasez de mano de obra estadounidense y al mismo tiempo enseñar a los trabajadores mexicanos nuevas habilidades y técnicas con las que “desarrollar y modernizar el México rural” cuando volvieran a casa.

Sin embargo, muchos de estos trabajadores migrantes nunca regresaron. De los braceros que salieron de Durango y luego se quedaron en Estados Unidos, una proporción significativa se asentó en Chicago, donde se formaría el núcleo de una comunidad fuertemente unida. A mediados de la década de 1960, cuando el consumo de “la chiva” mexicana estalló en las grandes ciudades de Estados Unidos, un puñado de miembros de esta diáspora comenzaron a conseguir la droga de sus contactos en Durango para distribuirla en su nueva ciudad de residencia.

Esta heroína era obtenida de la amapola cultivada en las montañas de Durango, la cual se procesaba en laboratorios secretos en algunos pueblos a pie de monte. Luego era escondida en automóviles y conducida por la carretera Panamericana hasta Chicago, un viaje de 50 horas a lo largo de una ruta ya bien conocida por dos generaciones de inmigrantes.

La “carretera chivera”

Esta nueva ruta de narcotráfico pronto pasó a ser conocida en inglés como la Heroin Highway, que tal vez podríamos traducir como “la carretera chivera”. Con su creación, Durango se consolidó como un punto importante de la producción de drogas en México, y Chicago se transformó en el mayor centro de tráfico de heroína del continente.

Pero “la carretera chivera” también contribuyó al mayor desarrollo del propio México. El dinero que las organizaciones traficantes ganaban con la venta ilícita de grandes cantidades de heroína en Estados Unidos se reinvertía localmente en una amplia gama de negocios lícitos, desde ranchos ganaderos hasta empresas constructoras, discotecas e incluso una aerolínea.

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En este sentido, el nacimiento, expansión y consolidación de la producción y tráfico de drogas en Durango no se debió al fracaso del desarrollo impulsado por el Estado. Más bien, todo este proceso estuvo totalmente entrelazado con el crecimiento económico, el desarrollo de infraestructura y la migración masiva que caracterizaron el Milagro mexicano.

Así, la historia del narcotráfico moderno entre Estados Unidos y México no se trata sólo de la violencia brutal y los millones de vidas trágicamente truncadas. Se trata también de una serie de victorias capitalistas transnacionales, fundadas en el sudor y fatiga de la clase de personas que los políticos estadounidenses y mexicanos quieren que todos sean: desde los campesinos de las montañas de Durango en busca del milagro mexicano hasta los empresarios de negocios ilícitos en Chicago tratando de realizar el sueño americano.

*La versión en inglés de este artículo, “How the ‘Mexican miracle’ kickstarted the modern US-Mexico drugs trade”, se publicó en The Conversation, el 10 de abril de 2024. 

Redacción en The Conversation | Web

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