En las profundidades de una cueva que parece sacada de un mundo alienígena, donde el aire huele a azufre y la oscuridad es absoluta, un equipo de científicos ha desvelado uno de los secretos más asombrosos de la naturaleza: la telaraña más grande jamás registrada, tejida por una colonia masiva de arañas que desafían todas las expectativas evolutivas. Esta red colosal, que abarca más de 106 metros cuadrados —una superficie mayor que una cancha de tenis—, no es obra de una especie exótica o rara, sino de dos arañas comunes que, en este entorno extremo, han abandonado su vida solitaria para formar una sociedad cooperativa. El hallazgo, publicado el 17 de octubre de 2025 en la revista Subterranean Biology, no solo redefine lo que sabemos sobre el comportamiento arácnido, sino que también ilumina cómo la vida se adapta a ecosistemas casi inhóspitos, sostenidos por vapores tóxicos y bacterias quimioautótrofas.

La Cueva del Azufre, conocida en inglés como Sulfur Cave, se encuentra en el cañón de Vromoner, en el valle del río Sarandaporo, justo en la frontera entre Albania y Grecia. Esta caverna hipogénica, excavada por ácidos sulfúricos formados a partir de la oxidación del sulfuro de hidrógeno en aguas subterráneas, es un laberinto de pasajes estrechos y habitaciones amplias, con un arroyo sulfúrico que mantiene una temperatura constante de 26 °C durante todo el año. El aire contiene hasta 14 ppm de H₂S, un gas tóxico que sería letal para la mayoría de los organismos, y el agua alcanza concentraciones de 65 mg/l. Sin embargo, este entorno hostil alberga un ecosistema único, impulsado no por la luz solar, sino por bacterias oxidantes de azufre como Beggiatoa y Thiothrix, que forman biofilms blancos en las paredes y sedimentos.

El descubrimiento se remonta a 2022, cuando miembros de la Sociedad Espeleológica Checa exploraron la cueva en busca de vida subterránea. Al avanzar unos 50 metros desde la entrada, en un pasaje angosto y de techo bajo donde la luz nunca penetra, se toparon con una pared cubierta por una maraña fantasmal de hilos de seda. «Si intentara poner en palabras todas las emociones que me invadieron [al ver la telaraña], destacaría admiración, respeto y gratitud. Hay que experimentarlo para saber realmente qué se siente», relató István Urák, profesor asociado de biología en la Universidad Húngara de Transilvania Sapientia y autor principal del estudio. En 2024, un equipo internacional regresó para recolectar muestras, confirmando que esta estructura no era una telaraña ordinaria, sino un «megaciudad arácnida» compartida por más de 111.000 individuos.

telaraña mas grande del mundo

Las especies responsables son Tegenaria domestica, conocida como la araña doméstica del embudo o araña de granero, y Prinerigone vagans, una pequeña araña de la familia Linyphiidae. Ambas son cosmopolitas, comúnmente encontradas cerca de viviendas humanas, y se consideraban estrictamente solitarias. Sin embargo, en esta cueva, forman una colonia mixta: se estiman 69.113 individuos de T. domestica con una densidad media de 652 por m², y 42.400 de P. vagans con 823 por m². La telaraña es un mosaico de redes individuales en forma de embudo unidas, formando una capa multicapa que se extiende en un rectángulo aproximado a lo largo de la pared izquierda del arroyo sulfúrico. «Lo que hace verdaderamente extraordinaria a esta telaraña no es solo su tamaño, sino el hecho de que fue construida en conjunto por dos especies que hasta ahora no se consideraban sociales», explica Urák.

Para estimar la población, los investigadores contaron redes en cuadrantes aleatorios de 15×15 cm para T. domestica y 15×10 cm para P. vagans, extrapolando a la superficie total. Las mediciones se realizaron en múltiples visitas entre 2023 y 2025, sin detectar cambios estacionales significativos en la composición o abundancia. Análisis morfológicos y moleculares, incluyendo secuenciación del gen COI mitocondrial, confirmaron las identidades y revelaron que las poblaciones cavernícolas son genéticamente distintas de las superficiales cercanas. Las redes de haplotipos muestran separaciones de 1-3 mutaciones, indicando aislamiento genético y posibles adaptaciones evolutivas al entorno subterráneo.

Lo que sostiene esta megacolonia es una cadena trófica chemoautótrofa, un ecosistema «casi extraterrestre» donde la energía proviene de la oxidación química en lugar de la fotosíntesis. Bacterias sulfur-oxidantes producen biofilms que sirven de alimento a larvas y adultos de mosquitos chironómidos no picadores (Tanytarsus albisutus), con una densidad estimada de 45.500 individuos por m², totalizando más de 2.4 millones. Estos insectos, que emergen continuamente del arroyo, quedan atrapados en la telaraña, proporcionando un recurso abundante y constante. Análisis de isótopos estables (δ¹³C y δ¹⁵N) confirman esta integración trófica: los valores en las arañas cavernícolas (-2‰ a -10‰) difieren de los superficiales (1‰ a 4‰), apuntando a una dependencia total de la producción in situ.

Sorprendentemente, T. domestica, que normalmente depredaría a P. vagans, coexiste pacíficamente. Los científicos atribuyen esto a la oscuridad absoluta, que impide la visión y reduce interacciones agresivas, combinado con la abundancia de presas. «A menudo pensamos que conocemos completamente una especie, que entendemos todo sobre ella, pero aún pueden ocurrir descubrimientos inesperados. Algunas especies exhiben una notable plasticidad genética, que típicamente se hace aparente solo bajo condiciones extremas», comenta Urák.

El estudio también explora la biología reproductiva y el microbioma. En T. domestica, se analizaron 86 sacos de huevos, con un promedio de 16.15 huevos por puesta (rango 6-33), significativamente mayor en verano temprano (26 huevos en junio) que en otoño o primavera. Esto es menor que en poblaciones superficiales (hasta 100 huevos), sugiriendo adaptaciones al estrés ambiental. El análisis de microbioma mediante metabarcoding 16S mostró una diversidad Shannon menor en arañas cavernícolas (0.82) comparado con una superficial (2.99), dominada por simbiontes intracelulares como Mycoplasmopsis, Mycoplasma y Wolbachia.

Además de las especies coloniales, la cueva alberga otras arañas como Metellina merianae, Lepthyphantes magnesiae, Kryptonesticus eremita y una Cataleptoneta ciega y despigmentada en secciones profundas. La fauna terrestre incluye centípedos, isópodos, pseudoscorpiones y colémbolos, todos integrados en la red trófica chemoautótrofa.

Este hallazgo tiene implicaciones profundas para la biología evolutiva y la conservación. Revela «un caso único de colonialidad facultativa» en arañas cosmopolitas, impulsada por la abundancia de recursos en un ecosistema chemoautótrofo, y proporciona insights sobre cómo especies superficiales se adaptan a hábitats sulfídicos subterráneos. En un mundo donde las cuevas sulfúricas son hotspots de biodiversidad, pero amenazadas por el cambio climático y la actividad humana, preservar esta colonia es crucial. Ubicada en la cuenca del río Aoos-Vjosa, un área protegida, enfrenta desafíos transfronterizos. «El mundo natural aún guarda innumerables sorpresas para nosotros», concluye Urák, recordándonos que incluso en la penumbra eterna, la vida encuentra formas de prosperar.

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Este artículo ha sido redactado y/o validado por el equipo de redacción de Revista Rambla.

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