Joan Margarit (1938-2021), uno de los poetas catalanes más destacados del siglo XX y principios del XXI, construyó una obra poética que se erige como un puente entre la memoria personal y la colectiva, entre el dolor histórico y la introspección individual. Su poesía, escrita originalmente en catalán, pero a menudo traducida y publicada en español, se caracteriza por una sencillez aparente que oculta una profundidad emocional y filosófica. Margarit, arquitecto de profesión, aplicaba a sus versos una estructura precisa, como si cada poema fuera un edificio diseñado para resistir el paso del tiempo. Ganador del Premio Cervantes en 2019, su legado incluye colecciones como Joana (2002), Cálculo de estructuras (2005) y Se pierde la señal (2013), donde explora temas recurrentes como la pérdida, el amor, la vejez y las secuelas de la guerra civil española. En este contexto, el poema «Ser viejo», incluido en su antología Todos los poemas (1975-2012), emerge como una pieza emblemática que condensa su visión de la ancianidad no como un declive pasivo, sino como una «posguerra» llena de resonancias históricas y emocionales.
«Ser viejo» es un poema breve, dividido en dos estrofas, que despliega una metáfora central: la vejez como el resultado de una guerra. Desde los primeros versos, Margarit nos sumerge en un paisaje rural y nostálgico: «Entre las sombras de los gallos / y los perros de patios y corrales / de Sanaüja, se abre un agujero / que se llena con tiempo perdido y lluvia sucia / cuando los niños van hacia la muerte.» Sanaüja, el pueblo natal del poeta en la provincia de Lleida, no es solo un escenario geográfico; es un símbolo de las raíces humildes y marcadas por la pobreza postbélica. Los gallos y perros evocan un mundo campesino, primitivo, donde las sombras sugieren lo oculto, lo reprimido. El «agujero» que se abre es una imagen poderosa: un vacío existencial que se rellena con «tiempo perdido y lluvia sucia», elementos que connotan desperdicio, contaminación y melancolía. La mención a los niños que «van hacia la muerte» introduce un tono fatalista, recordándonos que la vejez es el punto final de un trayecto iniciado en la infancia, pero también alude a las generaciones perdidas en conflictos como la Guerra Civil, que Margarit vivió en su niñez.
Esta estrofa inicial establece un tono de desolación, pero no de resignación absoluta. La lluvia sucia, por ejemplo, podría interpretarse como las impurezas acumuladas en la vida, las experiencias amargas que erosionan el espíritu. Margarit, influido por su formación en la posguerra franquista, donde la censura y la represión moldearon su juventud, utiliza estos elementos para tejer una conexión entre lo personal y lo histórico. En entrevistas, el poeta ha expresado cómo la poesía le sirvió como herramienta para reconciliarse con el pasado; en «Ser viejo», este pasado se manifiesta como un pozo de memorias que amenaza con tragarse al yo lírico. La estructura métrica, con versos libres pero rítmicos, imita el flujo irregular de los recuerdos, sin rimas forzadas que distraigan de la crudeza del contenido.
La segunda estrofa profundiza en la metáfora bélica: «Ser viejo es una especie de posguerra. / Sentados a la mesa en la cocina, / limpiando las lentejas / en los anocheceres de brasero, / veo a los que me amaron.» Aquí, la vejez se define explícitamente como «posguerra», un estado de paz precaria tras el caos. La escena doméstica –la mesa, las lentejas, el brasero– es un arquetipo de la vida humilde en la España rural de los años 40 y 50, donde la pobreza obligaba a gestos cotidianos de supervivencia. Limpiar lentejas no es solo un acto literal; simboliza la depuración de lo esencial de lo superfluo, un proceso que el viejo realiza retrospectivamente con su vida. El brasero, fuente de calor en inviernos fríos, evoca calidez familiar pero también fragilidad, ya que su fuego es efímero.
El yo lírico ve «a los que me amaron», fantasmas del pasado que regresan en la memoria. Estos seres, «tan pobres que al final de aquella guerra / tuvieron que vender el miserable / viñedo y aquel frío caserón», representan a los padres o antepasados del poeta, víctimas de la ruina económica postbélica. La venta del viñedo y la casa simboliza la desposesión total, la pérdida de raíces materiales que refleja la desintegración emocional. Margarit, que perdió a su hija Joana en 2002 debido a una enfermedad, infunde en sus poemas un sentido de orfandad invertida: el viejo no solo pierde a los que le precedieron, sino que anticipa su propia desaparición. «Ser viejo es que la guerra ha terminado. / Es saber dónde están los refugios, hoy inútiles.» Estos versos finales cierran el poema con una nota de ironía amarga. La guerra –metafórica de la vida misma– ha acabado, pero el conocimiento de los «refugios» (búnkeres literales de la Guerra Civil o refugios emocionales) es obsoleto. El viejo es un superviviente que porta un saber inútil, un testimonio vivo de batallas olvidadas.
Desde un punto de vista formal, «Ser viejo» destaca por su economía lingüística. Margarit evita ornamentos retóricos, optando por un lenguaje coloquial que roza lo prosaico, influido por poetas como Antonio Machado o W.H. Auden, a quienes admiraba. La ausencia de puntuación en algunos versos crea un flujo continuo, como si los recuerdos se desbordaran sin control. La repetición de «Ser viejo es» actúa como anáfora, reforzando la definición iterativa de la ancianidad, no como un estado estático, sino como una acumulación de significados. En comparación con otros poemas suyos, como «No tires las cartas de amor» o «La libertad», «Ser viejo» comparte el tema de la memoria, pero aquí se enfoca en la vejez como culminación de pérdidas, no como redención.
Contextualizando el poema en la trayectoria de Margarit, es evidente su evolución desde una poesía más abstracta en sus inicios (en castellano, como en Crónica de 1975) hacia una madurez introspectiva en catalán. «Ser viejo», aunque presentado en español en muchas ediciones, refleja su bilingüismo cultural, un rasgo común en la literatura catalana postfranquista. El poema forma parte de una tradición poética que aborda la vejez, desde Quevedo en «Miré los muros de la patria mía» hasta contemporáneos como José Emilio Pacheco en «Alta traición». Sin embargo, Margarit añade un matiz catalán: la referencia a Sanaüja ancla el poema en una identidad regional marcada por el exilio interior y la resistencia cultural.
En términos temáticos, «Ser viejo» explora la dialéctica entre tiempo y espacio. El «agujero» inicial es un espacio vacío que el tiempo llena de residuos; los refugios finales son espacios obsoletos en un tiempo pacífico. Esta tensión refleja la filosofía de Margarit, influida por el existencialismo: la vejez no es mera decadencia física, sino una confrontación con el absurdo de la existencia. La lluvia sucia y el tiempo perdido evocan el concepto heideggeriano de «tiempo auténtico», donde el pasado irrumpe en el presente, forzando una autenticidad dolorosa. Además, el poema toca la pobreza como herencia bélica, criticando implícitamente el legado del franquismo, que dejó a generaciones en la miseria.
Desde una perspectiva psicoanalítica, el poema podría leerse como un proceso de duelo: el yo lírico llora los amados perdidos, pero también su propia juventud. El brasero simboliza el calor del apego, contrastado con el «frío caserón» vendido, metáfora de la alienación. Margarit, que sufrió la muerte prematura de su hija, infunde en «Ser viejo» un sentido de supervivencia culpable, donde el viejo es el último testigo de un linaje extinguido.
En el panorama literario actual, «Ser viejo» resuena con urgencia en una sociedad envejecida como la española, donde la longevidad trae aislamiento y reflexión sobre el pasado colectivo. Comparado con obras como El olvido que seremos de Héctor Abad Faciolince, el poema destaca por su concisión, logrando en pocos versos lo que novelas enteras intentan. Su relevancia se amplifica en el contexto pospandemia, donde la vejez ha sido sinónimo de vulnerabilidad.
No obstante, el poema no es exento de críticas. Algunos podrían argumentar que su tono melancólico bordea el pesimismo, sin ofrecer redención. Sin embargo, Margarit defendía que la poesía debe consolar a través de la verdad, no de ilusiones. En «Ser viejo», el consuelo radica en el reconocimiento: saber que la guerra ha terminado es, paradójicamente, una victoria.
En conclusión, «Ser viejo» es un microcosmos de la poética de Joan Margarit: una arquitectura verbal que sostiene el peso de la historia personal y colectiva. Con su imaginería rural, su metáfora bélica y su lenguaje depurado, el poema invita a una lectura meditativa sobre la ancianidad como posguerra interior. Margarit, arquitecto de emociones, nos deja un refugio poético que, a diferencia de los del poema, sigue siendo útil: el de la palabra perdurable.
Este artículo ha sido redactado y/o validado por el equipo de redacción de Revista Rambla.





