El 1 de julio de 2025, la comarca de la Segarra, en Lleida, se convirtió en el epicentro de una tragedia que marcó el inicio del verano con un incendio forestal y agrícola de proporciones devastadoras. Catalogado como un incendio de sexta generación, este evento no solo dejó un saldo de dos víctimas mortales, sino que también puso de manifiesto los desafíos que enfrentan los servicios de emergencia ante los nuevos patrones de incendios impulsados por el cambio climático.

Contexto del incendio: un verano de alto riesgo

El incendio se desató en la tarde del 1 de julio en el municipio de Torrefeta i Florejacs, en la comarca de la Segarra, una región caracterizada por sus extensos campos agrícolas y áreas de matorral. Las condiciones meteorológicas extremas, con temperaturas que superaban los 35 °C y una humedad relativa muy baja, crearon un escenario propicio para la rápida propagación del fuego. Además, la campaña de siega de cereales había dejado abundante material vegetal seco, un combustible ideal para las llamas. Según los Bomberos de la Generalitat, el fuego pudo haberse originado de forma accidental por el roce de las cuchillas de una segadora con piedras, generando chispas que prendieron la vegetación seca.

El incendio se desarrolló en dos frentes principales: uno en Torrefeta i Florejacs, que arrasó unas 6.500 hectáreas, y otro menor en Sanaüja, con unas 40 hectáreas afectadas. La simultaneidad de ambos focos, combinada con las condiciones atmosféricas adversas, complicó enormemente las tareas de extinción, que en varios momentos superaron la capacidad de los equipos de emergencia.

Características técnicas: un incendio de sexta generación

Los incendios de sexta generación representan una nueva categoría de fuegos forestales que se distinguen por su extrema virulencia, comportamiento errático y capacidad para alterar las condiciones meteorológicas locales. El incendio de la Segarra fue clasificado como tal por los Bomberos de la Generalitat debido a sus características únicas, que lo diferencian de los incendios tradicionales.

Velocidad de propagación: un avance sin precedentes

Uno de los aspectos más alarmantes del incendio fue su velocidad de propagación, que alcanzó picos de 28 a 30 kilómetros por hora, una de las más altas registradas en Europa. Esta rapidez se debió a una combinación de factores: el fuerte viento, con rachas que llegaron a los 125 km/h, y la abundancia de combustible fino, como los restos de cereal seco. Los vientos, generados en parte por el propio incendio, crearon un efecto de retroalimentación que aceleró la propagación de las llamas, haciendo que el fuego avanzara de manera impredecible y superara los esfuerzos iniciales de contención.

Esta velocidad de propagación convirtió al incendio en un desafío logístico para los Bomberos, quienes se vieron obligados a replegarse en varios momentos debido al riesgo para su seguridad. La rápida expansión del fuego también afectó áreas agrícolas y estructuras, incluyendo granjas, pajares y una masía deshabitada, lo que incrementó la complejidad de las operaciones.

Pirocúmulo: un fenómeno meteorológico extremo

Uno de los fenómenos más destacados del incendio fue la formación de un pirocúmulo, una nube de convección generada por el calor extremo del fuego. Este pirocúmulo alcanzó alturas de entre 14.000 y 17.000 metros, un récord en Cataluña y uno de los más altos registrados en la región. El término «pirocúmulo» proviene de la combinación de «piro» (fuego) y «cúmulo» (nube), y describe un fenómeno en el que el calor del incendio calienta el aire circundante, generando corrientes ascendentes que elevan el humo y el vapor de agua a grandes alturas.

Cuando el aire caliente asciende, se enfría y condensa, formando nubes que pueden desencadenar tormentas locales. En el caso de la Segarra, el pirocúmulo no solo creó un espectáculo visual con un cielo anaranjado y densas columnas de humo visibles a decenas de kilómetros, sino que también complicó las labores de extinción. El desplome de la columna de humo generó vientos erráticos que dispersaron las llamas en todas direcciones, consumiendo miles de hectáreas en cuestión de horas. Este fenómeno, descrito por los expertos como “un incendio que crea su propia chimenea”, es característico de los incendios de sexta generación y representa un peligro significativo para los equipos de emergencia.

Incendio de sexta generación: un nuevo paradigma

El concepto de incendio de sexta generación se refiere a fuegos de magnitud extrema que superan los patrones tradicionales de comportamiento. Según National Geographic España, estos incendios generan fenómenos meteorológicos propios, como pirocúmulos, y presentan una intensidad tan elevada que dificultan cualquier predicción o control. En el caso de la Segarra, el incendio mostró todas las características de esta categoría: una velocidad de propagación récord, la generación de vientos locales de hasta 125 km/h y la formación de un pirocúmulo de dimensiones históricas.

Estos incendios son cada vez más frecuentes debido al cambio climático, que incrementa las temperaturas, prolonga las sequías y aumenta la cantidad de combustible disponible en los bosques y campos. En España, los primeros incendios de sexta generación se registraron en Málaga en 2021 y en Tenerife en 2023, ambos impulsados por condiciones climáticas extremas. La Segarra se suma ahora a esta lista, destacando la vulnerabilidad de regiones agrícolas y forestales a estos nuevos megaincendios.

Impacto humano y material

El incendio de la Segarra dejó un saldo trágico de dos víctimas mortales: el propietario de una granja de cerdos, de 32 años, y un trabajador de la explotación, de 45 años, ambos residentes de la localidad de Renan. Según las autoridades, el trabajador se vio afectado por el humo y llamó al propietario, quien intentó rescatarlo en un vehículo todo-terreno. Sin embargo, ambos abandonaron el vehículo en un camino de Coscó, en el municipio de Oliola, y no pudieron escapar de las llamas. Este incidente marcó la primera vez en más de una década que un incendio no urbano se cobra vidas en Cataluña, desde los trágicos sucesos de Horta de Sant Joan en 2009.

Además de las pérdidas humanas, el fuego afectó gravemente el Espacio Natural Protegido Valls del Sió-Llobregós, un enclave de alto valor ecológico y paisajístico. Unas 6.500 hectáreas, principalmente de cultivos agrícolas y matorral, fueron arrasadas, junto con varias estructuras, incluyendo granjas, pajares y una masía deshabitada. El confinamiento de aproximadamente 20.000 personas en nueve municipios, como Agramunt, Guissona y Artesa de Segre, reflejó la magnitud de la emergencia, que también obligó a cortar carreteras locales y activar alertas Es-Alert para garantizar la seguridad de la población.

Respuesta de emergencia y estabilización

Los Bomberos de la Generalitat desplegaron un operativo masivo, con hasta 50 dotaciones terrestres, 12 medios aéreos y 150 efectivos trabajando en condiciones extremas. La virulencia del fuego y los vientos erráticos complicaron las labores de extinción, que en varios momentos superaron la capacidad de los equipos. Sin embargo, la llegada de lluvias asociadas a tormentas locales en la noche del 1 de julio ayudó a estabilizar el incendio a las 22:37 horas, permitiendo levantar las órdenes de confinamiento poco después.

Durante la noche, los esfuerzos se centraron en perimetrar el fuego y enfriar el terreno para evitar reactivaciones, con la colaboración de agricultores locales que utilizaron maquinaria para labrar campos y crear cortafuegos. Aunque el incendio fue declarado estabilizado, los Bomberos continuaron trabajando el 2 de julio para controlarlo completamente, ante la previsión de altas temperaturas y un verano que la Generalitat calificó como “complicado” para los incendios forestales.

Implicaciones para el futuro

El incendio de la Segarra pone de manifiesto la creciente amenaza de los incendios de sexta generación en un contexto de cambio climático. El presidente de la Generalitat, Salvador Illa, advirtió que “los fuegos no son como antes” y pidió máxima prudencia, destacando la necesidad de estrategias preventivas como el fomento de paisajes mosaico agrícolas y forestales. La consellera de Interior, Núria Parlon, anunció una estrategia conjunta entre los departamentos de Interior, Agricultura y Urbanismo para preparar el territorio frente a fenómenos extremos.

Los expertos, como la ambientóloga Andrea Duane, señalan que la combinación de calor extremo, sequías y acumulación de material vegetal seco crea un “cóctel perfecto” para los megaincendios. Mejorar la gestión forestal, reducir la carga de combustible y aumentar la resiliencia de los paisajes agrícolas será crucial para mitigar estos riesgos en el futuro.

El incendio de la Segarra es un recordatorio sombrío de los desafíos que plantea el cambio climático en la gestión de incendios forestales. Su velocidad de propagación, la formación de un pirocúmulo y su clasificación como incendio de sexta generación lo convierten en un caso de estudio para los servicios de emergencia y los responsables políticos. Mientras las comunidades locales lloran la pérdida de dos vidas, la tragedia subraya la urgencia de adoptar medidas preventivas y adaptativas para enfrentar un futuro donde los megaincendios podrían convertirse en la norma.

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Este artículo ha sido redactado y/o validado por el equipo de redacción de Revista Rambla.

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