El Buque de Acción Marítima (BAM) Furor (P-46) ultima sus maniobras en el Arsenal de Cartagena. Este jueves, a las 14:00 horas, la nave de 93 metros de eslora zarpaba rumbo al Mediterráneo oriental, cargada no solo de víveres y pertrechos navales, sino de un simbolismo cargado de ironías geopolíticas. Ordenado por el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, desde la tribuna de la Asamblea General de la ONU en Nueva York, el despliegue marca un giro audaz en la política exterior española: un buque de la Armada, equipado con cañones fabricados por una empresa israelí, se dirige a proteger una flotilla humanitaria acusada por Tel Aviv de ser un «caballo de Troya» para Hamás. En un conflicto que acumula casi dos décadas de bloqueo y violencia, esta misión podría ser el catalizador de una nueva escalada o, quién sabe, un soplo de oxígeno para la frágil maquinaria diplomática europea.

El anuncio, filtrado en primicia por el Ministerio de Defensa a media mañana, ha desatado un torbellino de reacciones. «España no puede permanecer impasible ante los ataques a civiles desarmados que intentan llevar ayuda a Gaza», declaró Sánchez en un breve vídeo grabado en el hotel Lotte New York Palace, donde participaba en los márgenes de la cumbre climática. Sus palabras, pronunciadas con la gravedad de quien sabe que cada sílaba será diseccionada en Jerusalén y Washington, subrayan un compromiso que trasciende lo humanitario: es un pulso a Israel, aliado histórico de España en materia de defensa, y un guiño a los socios de coalición de Sánchez, como Sumar y ERC, que han presionado por una postura más firme contra el bloqueo gazatí. Pero el detalle que ha encendido las redes y los pasillos del Congreso –el armamento israelí a bordo del Furor– añade una capa de absurdo shakespeariano a esta odisea mediterránea.

De Mavi Marmara a Global Sumud

Para entender el peso de esta decisión, hay que remontarse al 31 de mayo de 2010, cuando el asalto israelí al Mavi Marmara, buque insignia de la Freedom Flotilla I, dejó un saldo de diez muertos, nueve de ellos turcos, y un rastro de indignación global que aún enciende velas en manifestaciones pro-palestinas. Aquella operación, justificada por Israel como una «intercepción legítima» contra un convoy vinculado a la Yihad Islámica, no solo tensó las relaciones turco-israelíes hasta el punto de ruptura, sino que galvanizó el movimiento BDS (Boicot, Desinversión y Sanciones) y obligó a la ONU a condenar el uso «excesivo» de la fuerza. Quince años después, la historia parece rimar con saña: la Global Sumud Flotilla, organizada por la Coalición de la Flotilla de la Libertad (FFC), con sede en Turquía y apoyo de ONGs europeas, partió el pasado 20 de septiembre desde el puerto griego de Atenas con tres buques civiles cargados de 500 toneladas de ayuda –medicinas, harina, agua desalinizadora y paneles solares– para romper el bloqueo impuesto por Israel desde 2007.

Pero el idilio humanitario se torció en las aguas egeas. El miércoles 24, activistas a bordo reportaron «ataques con drones no identificados» que soltaron objetos incendiarios y jamming de comunicaciones, seguidos de explosiones que dañaron el casco del Handala, un velero con Greta Thunberg como figura visible. «Fue como si el mar se abriera bajo nosotros; sentimos el zumbido antes de ver las chispas», relató la activista sueca en un tuit desde el Sumud, el buque matriz de la flotilla. La ONU, a través de su Oficina de Derechos Humanos, exigió una «investigación independiente» inmediata, mientras Israel guardaba un silencio ensordecedor, aunque fuentes del Ministerio de Defensa hebreo filtraron a Haaretz que los drones eran «meramente de vigilancia». Organizaciones como Amnistía Internacional y Human Rights Watch han calificado los incidentes como «probables violaciones del derecho internacional humanitario», recordando que el bloqueo de Gaza, declarado «ilegal» por el Tribunal Internacional de Justicia en 2024, impide el acceso a ayuda vital en un territorio donde el 90% de la población depende de la asistencia externa.

En este contexto, la respuesta de Sánchez no es un capricho, sino una jugada calculada. España, que en julio de 2024 reconoció el Estado palestino junto a Irlanda y Noruega, ha incrementado su retórica anti-bloqueo, donando 10 millones de euros en ayuda a Gaza y abogando por un alto el fuego en el Consejo de Seguridad. Sin embargo, el envío del Furor eleva la apuesta: no es una donación simbólica, sino un compromiso militar que involucra a 52 marinos –hombres y mujeres entrenados en operaciones de la OTAN– en una zona de alta tensión. Italia, bajo Giorgia Meloni, ha seguido el ejemplo con las fragatas Virgilio Fasan y Alpino, un dúo que escoltará a la flotilla junto al Furor, formando una «coalición mediterránea» improvisada que Bruselas observa con recelo. «Es una victoria para el movimiento social», tuiteó un activista italiano desde el Fasan, pero también un dolor de cabeza para la UE, dividida entre el apoyo incondicional a Israel de Alemania y Hungría, y la empatía humanitaria de Francia y España.

El Furor: Un Patrullero con Alma Bélica y Contradicciones

Diseñado por Navantia en los astilleros de Ferrol y botado en 2018, el Furor es el cuarto de su clase BAM, una serie de patrulleros oceánicos versátiles que combinan vigilancia pesquera con misiones de paz. Con un desplazamiento de 2.840 toneladas y una autonomía de 15 días a 15 nudos, la nave puede alcanzar los 20 nudos en emergencias, lo que le permite interceptar amenazas a 1.500 millas náuticas. Su dotación incluye un helicóptero ligero (un SH-60 Seahawk en modo desarmado), dos lanchas semirrígidas para rescates y un hospital de campaña con capacidad para 12 camastros. Pero es su armamento lo que genera titulares: un cañón principal Oto Melara 76/62 mm –de origen italiano, pero con sistemas de puntería y munición suministrados por Rafael Advanced Defense Systems, la firma israelí líder en misiles Spike y sistemas Typhoon– y dos ametralladoras gemelas MK-38 de 12,7 mm, también con ópticas israelíes. «Es como enviar un lobo con piel de oveja a defender a las ovejas», ironizó un analista de defensa en El Mundo, destacando la paradoja de un buque español armado con tecnología del país que bloquea la flotilla.

En Cartagena, el ambiente es de ebullición contenida. Periodistas y familiares se agolpan en el muelle del Arsenal, un enclave histórico donde anclaron galeones en la era de los tercios. El capitán de navío Javier Ruiz, al mando del Furor, declinó entrevistas, pero un oficial subalterno –bajo anonimato– confesó a esta revista: «Nuestra misión es humanitaria y defensiva: escoltar, monitorear y, si es necesario, evacuar. No buscamos confrontación, pero estamos preparados para cualquier escenario». La tripulación, compuesta por ingenieros de Cádiz y artilleros de San Fernando, ha recibido briefings sobre protocolos OTAN para «incursiones no autorizadas», un eufemismo para posibles intercepciones israelíes. Fuentes del Ministerio de Exteriores aseguran que el Furor no entrará en aguas territoriales israelíes –limitándose a 12 millas de Gaza–, pero analistas como Pere Ortega, del CIDOB, advierten: «Cualquier aproximación a la zona de exclusión podría derivar en un incidente tipo Mavi Marmara 2.0, con España en el ojo del huracán».

La ironía del armamento israelí no pasa desapercibida en Jerusalén. El embajador israelí en Madrid, Roden, convocó de urgencia al director de gabinete de Exteriores, Ángel Lossada, para «expresar preocupación». En un comunicado lacónico, el Ministerio israelí de Asuntos Estratégicos acusó a la flotilla de «servir a los intereses de Hamás», citando «pruebas de inteligencia» sobre fondos iraníes canalizados a través de la FFC. «España, aliada en la lucha antiterrorista, no puede prestarse a esta farsa», tuiteó el ministro de Defensa, Yoav Gallant, en un mensaje que acumuló 50.000 interacciones en horas. En el Congreso, la oposición conservadora del PP ha arremetido contra Sánchez: «Es una provocación irresponsable que pone en riesgo vidas españolas por un puñado de likes progresistas», espetó Alberto Núñez Feijóo en una rueda de prensa exprés. Sumar, por el contrario, aplaudió la movida: «Por fin un Gobierno con redaños para defender el derecho internacional», proclamó Yolanda Díaz desde Bruselas.

Voces desde la Flotilla

A bordo del Sumud, anclado temporalmente en aguas chipriotas para reparaciones, el pulso de la misión late con urgencia. Greta Thunberg, cuya presencia ha multiplicado la visibilidad mediática, envió un audio a Euronews: «Este no es un crucero de famosos; es una llamada a la conciencia global. Los drones nos recordaron que el bloqueo no es abstracto: mata silenciosamente». Junto a ella, delegaciones de Médicos Sin Fronteras y la Cruz Roja Palestina cargan contenedores con insulina y kits quirúrgicos, mientras activistas irlandeses y franceses debaten tácticas de no violencia. La FFC, coalición que incluye a la Fundación de Ayuda a Palestina de Estambul, ha documentado 1.200 intentos fallidos de romper el bloqueo desde 2008, con un saldo de 20 intercepciones y decenas de heridos.

En X (antes Twitter), el debate hierve. Usuarios como @BabakTaghvaee1 advierten de «riesgos para los 52 marinos españoles si entran en aguas israelíes», mientras pro-palestinos como @KlausUncle celebran: «¡Gran noticia! España se une a la resistencia humanitaria». En Cartagena, una concentración de 200 personas –mixtura de sindicatos portuarios y asociaciones judías por la paz– ondea banderas palestinas y españolas, coreando «¡No al bloqueo genocida!». Pero no todo es euforia: pescadores locales, temerosos de repercusiones comerciales con Israel (España importa 150 millones en cítricos y tecnología anuales), murmuran sobre «una aventura que nos costará cara».

¿Un Sánchez Empoderado o un Tablero Desestabilizado?

Esta misión no ocurre en el vacío. Con el conflicto de Gaza en su tercer año –tras el ataque de Hamás del 7 de octubre de 2023 que dejó 1.200 israelíes muertos y la respuesta que ha cobrado más de 40.000 vidas palestinas, según la ONU–, Europa busca su voz. Sánchez, que en 2024 suspendió exportaciones de armas a Israel por valor de 40 millones, posiciona a España como «puente moral» en el Mediterráneo. Pero expertos como Haizam Amirah-Fernández, del Real Instituto Elcano, ven riesgos: «Esto podría erosionar la cooperación en inteligencia antiterrorista con Israel, clave contra el ISIS en el Sahel». Además, con elecciones autonómicas en el horizonte, el PP acusa a Sánchez de «electoralismo con sangre ajena».

Internacionalmente, la «coalición naval» hispano-italiana podría inspirar a Francia o Grecia, pero Washington –aliado de Israel– ha emitido una nota tibia: «Apoyamos la ayuda humanitaria, pero instamos a la desescalada». En Tel Aviv, el primer ministro Netanyahu, reelegido en coalición ultraderechista, podría optar por una intercepción «suave» –como el desvío a Chipre propuesto por Meloni–, pero analistas israelíes como Alex Fishman en Yedioth Ahronoth especulan con «medidas disuasorias» si el Furor se acerca demasiado.

Mientras el sol se pone sobre Cartagena, el Furor enciende sus motores diésel-eléctricos, un ronroneo grave que evoca los vientos de cambio. En las bodegas, marinos revisan cartas náuticas hacia Chipre, primer punto de encuentro con la flotilla. ¿Llegará la ayuda a Gaza? ¿O será este despliegue el preludio de un nuevo capítulo sangriento? Solo el Mediterráneo, testigo milenario de odiseas y tragedias, guarda la respuesta. Por ahora, España ha lanzado su Furor: un grito de solidaridad que resuena como un cañonazo en la arena movediza de Oriente Próximo.

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Este artículo ha sido redactado y/o validado por el equipo de redacción de Revista Rambla.

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