Washington, de noche. Las luces rojas y azules de las patrullas rebotaban contra las fachadas, las sirenas perforaban el aire y el humo de las barricadas dibujaba figuras fantasmales en cada esquina. Entre ese caos, un taxi amarillo avanzaba como si flotara, cargando un secreto repetido en cada trayecto: el pasajero ocultaba a un latino que huía del ICE, encogido bajo mantas, maletas o abrigos, con el corazón golpeando más fuerte que el motor.
Primer relevo
Al volante, un conductor musulmán. Había llegado años atrás a Estados Unidos, y el taxi lo había salvado: le dio sustento, lo apartó de un entorno que lo empujaba a la radicalización y le enseñó que podía ser parte de algo más grande. Solo entonces decidió aprender inglés.
Esa noche, un hombre subió al taxi llevando a su primo hondureño escondido bajo una manta, como si fuera equipaje olvidado. El pasajero rompió el silencio:
—¿Eres fundamentalista?
—No —respondió el conductor, sin apartar la vista de la carretera—. Soy tolerante y agradecido de trabajar aquí. La mayoría de los musulmanes respetamos a los cristianos: Mahoma fue inspirado por el ángel Gabriel y ambas religiones comparten un profeta, Abraham.
Hizo una pausa breve, mientras afuera pasaba una patrulla.
—Lo que no entiendo es cómo, en el pasado, hubo cristianos que iniciaron las cruzadas… y en la primera llegaron incluso al canibalismo.
El primo escondido ni respiraba.
Segundo relevo
Un conductor español, acento andaluz, recogió a un turista tailandés. Bajo su abrigo, un joven guatemalteco temblaba de frío y miedo. El tailandés notó una medalla brillante en el salpicadero.
—¿Quién es? —preguntó.
—La Virgen del Rocío, la divina pastora —contestó el conductor.
El turista sonrió.
—Voy a un museo a ver una estatua griega de una mujer desnuda con una oveja. Quizá sea la misma virgen.
—Yo solo tengo fe —replicó el taxista—. Del arte, no entiendo nada.
Una luz de sirena iluminó el interior del coche. El guatemalteco apretó los dientes y se hizo más pequeño.
Tercer relevo
Ahora conducía un tibetano, y en el asiento delantero viajaba un hombre hindú. En el suelo, cubierta con una manta de lana, una mujer salvadoreña aguantaba la respiración cada vez que el taxi frenaba.
—¿Crees que todo es una ilusión y que nada hay después de la muerte? —preguntó el pasajero, mirando una figura de Buda colgando del retrovisor.
—No lo sé —respondió el conductor—. Solo quiero llegar a fin de mes. Pero tal vez exista el atman… y una última realidad que llaman Brahman.
El semáforo se puso en verde. La salvadoreña soltó aire, aliviada de que ningún agente se hubiera acercado.
Cuarto relevo
El último conductor de la noche era chino. Llevaba a un hombre judío que ocultaba a una niña mexicana acurrucada a sus pies, cubierta con un abrigo pesado. De pronto, el pasajero se llevó la mano al pecho. Infarto. El taxi frenó en seco; el conductor lo reanimó hasta que volvió a respirar.
—He estado en el cielo… —susurró el hombre—. Allí vi que Alá, Yahvé y Jesucristo son el Tao. Pero el verdadero Tao… no tiene nombre.
La niña no entendía las palabras, pero notó que la patrulla que pasaba en ese momento no miró hacia ellos.
Cuando amaneció, el taxi olía a miedo, sudor y esperanza. Cuatro conductores distintos, cuatro conversaciones, cuatro huidas silenciosas. En medio de una ciudad rota, aquel coche había sido confesionario, refugio y nave de escape hacia un cielo que, esa noche, rodaba sobre ruedas.
Escritor sevillano finalista del premio Azorín 2014. Ha publicado en diferentes revistas como Culturamas, Eñe, Visor, etc. Sus libros son: 'La invención de los gigantes' (Bucéfalo 2016); 'Literatura tridimensional' (Adarve 2018); 'Sócrates no vino a España' (Samarcanda 2018); 'La república del fin del mundo' (Tandaia 2018) y 'La bodeguita de Hemingway'.





