Había una vez un ladrón que no entendía por qué si Estados Unidos era primera potencia mundial y el dólar la moneda de reserva global, sus problemas de endeudamiento público eran cada vez más peligrosos. ¿Se le habría olvidado la opción de imprimir dinero para sí mismo, y así poder pagar sus deudas y luego incluso poder prestárselo a los demás?, se preguntaba. Sin embargo, lo que no entendía el ladrón era que el sistema en la práctica funcionaba justo al revés, el Estado americano imprimía su propio dinero para pagar los intereses de los dólares que ya tenían acumulados desde mucho tiempo atrás, los fondos de inversión. A su vez, como hemos dicho antes, Estados Unidos tenía la moneda de reserva y era la primera potencia mundial, lo que significaba que arrastraba al resto de los países del mundo que a menudo sufrían sus mismos problemas y defectos. En otras palabras, estaban igualmente endeudados por el dólar. Entonces, para menguar esos intereses de su deuda, los cabecillas de la Casa Blanca decidieron aumentar la inflación. Y eso significaba a todas luces un empobrecimiento colectivo para garantizar unas pocas y exacerbadas riquezas y patrimonios individuales que estaban fuera del control de todas las naciones. Mientras sucedía todo eso, el ladrón llegó a un edificio embrujado, en otro tiempo una empresa en ebullición llena de ingenieros y científicos que había quebrado y que tras numerosas vicisitudes quedó reducida a su mínima y fantasmal expresión laboral y productiva: tres personas. Por la mañana iba una administrativa cuya función principal era desayunar. Por la tarde se presentaba un conserje cuya única responsabilidad real era alimentar a unos perros vagabundos que vivían en el terreno perimetral, y por la noche le tocaba un vigilante cuya rutina era dormir, puesto que ya habían robado todo lo que se podía robar del defenestrado edificio. Era más caro echarlos que seguirles pagando un sueldo cada vez más bajo debido a la inflación, así que nadie se metía con ellos y la práctica eran trabajadores completamente ociosos. Mientras tanto, la administrativa creía en las teorías de David Ricardo, es decir, que cada nación debía buscar adaptar los puestos y la población a sus mejores trabajos y productos, para así ejecutar un intercambio mercantil con otras naciones que sería provechoso para todos. El conserje, más adelante, entendió a las ideas de Adam Smith y pensaba que “una mano invisible” a través de la oferta y la demanda regularía la economía. Por último, el vigilante se mostraba partidario de Keynes y se inclinaba por la intervención del Estado para corregir en cierto modo las eventuales crisis del mercado, es decir, no dudaba que eso debía de hacerse mediante el endeudamiento público. Algunas personas pensarán que estas tres personas eran en cierto modo una carga para sociedad, puesto que no aportaban nada real ni al mercado ni al individuo, sin embargo, ellos habían trabajado duro durante muchísimos años y no tenían la culpa de que el movimiento libre de capitales, fundamentalmente en manos individuales y privadas (fondos de inversión) hubiera acumulado tanto capital fuera de las naciones que los intereses de ese capital estuvieran arruinando a muchos Estados y a numerosas empresas privadas. Pero había algo más raro todavía: ellos para sobrevivir había hecho un pacto con el diablo. Una vez al mes, un demonio que había tomado la forma de un hombre lobo estepario, con sus afilados colmillos, se acercaba al cuello de cada uno de ellos. A través de una báscula, tenían que ofrecerle un kilo, dos cientos gramos, de su propia carne, peso que luego el diablo lo invertiría en oro y más tarde en bitcoins o bonos de la deuda americana. Por eso al principio de mes los tres tenían que ganar un poco de peso a través de la comida basura y de la vida sedentaria y cuando llegaba la criatura de las tinieblas y su báscula, les absorbía ese peso extra de un mordisco mágico en el cuello. Esos tres pilares: oro, bitcoins y bonos del Estado americano eran en el fondo la manera en que el diablo les cobraba por venir cada día a aquel edificio embrujado. El problema vino cuando se empezó a erosionar la credibilidad en el dólar y los chinos y los japoneses comenzaron a vender los bonos de la deuda americana. Eso llevó a una subida de los intereses de la deuda y, por lo tanto, el vigilante nocturno, al que el diablo eligió para convertir su carne en bonos, comenzó a tener que pagar cada vez más cantidad de su cuerpo para poder afrontar su deuda, lo que le llevó primero a cortarse las piernas y los brazos y luego de forma fatal e irreversible a la tumba. ¿Quién vigila hoy el edificio? Me han dicho que han contratado al ladrón. Sin embargo, ha sido a costa de un pequeño cambio: no quiere saber nada de la deuda americana ni de los hombres lobo, para defenderse de la inflación pagará el peso de su carne en relucientes balas de plata.
Escritor sevillano finalista del premio Azorín 2014. Ha publicado en diferentes revistas como Culturamas, Eñe, Visor, etc. Sus libros son: 'La invención de los gigantes' (Bucéfalo 2016); 'Literatura tridimensional' (Adarve 2018); 'Sócrates no vino a España' (Samarcanda 2018); 'La república del fin del mundo' (Tandaia 2018) y 'La bodeguita de Hemingway'.





