Paul Naschy, cuyo nombre real era Jacinto Molina Álvarez, es una figura icónica del cine fantástico español, conocido principalmente por sus incursiones en el horror, donde encarnó al licántropo Waldemar Daninsky en una docena de películas que lo convirtieron en un equivalente ibérico de Lon Chaney Jr. o Boris Karloff. Sin embargo, en 1979, en plena Transición española tras la muerte de Franco, Naschy decidió explorar terrenos menos convencionales con *El Caminante*, una obra que él mismo escribió, dirigió y protagonizó. Esta película, también conocida como *The Traveller* o *The Devil Incarnate* en mercados internacionales, representa un punto de inflexión en su filmografía: un alejamiento del terror puro hacia una comedia negra, picante y profundamente misántropa que destila su visión cínica del mundo. Considerada por el propio Naschy como su obra más personal y sensible, *El Caminante* es un alegato contra la hipocresía humana, envuelto en un envoltorio de picaresca medieval con toques de erotismo y violencia que desafiaban los resquicios de la censura posfranquista. Con una duración de 89 minutos, la cinta se erige como un testimonio de la libertad creativa que Naschy anhelaba, y aunque no alcanzó el éxito comercial de sus filmes de hombres lobo, ha ganado estatus de culto entre aficionados al eurocult y al cine exploitation.

La trama de *El Caminante* se inspira en tradiciones literarias españolas como el Lazarillo de Tormes o el Buscón de Quevedo, adoptando una estructura episódica y picaresca que remite al Decamerón de Boccaccio o a los caprichos goyescos. Naschy interpreta a Leonardo, un vagabundo barbudo que recorre los caminos de una España medieval ficticia, pero que en realidad es el Diablo encarnado, hastiado de su rutina infernal y decidido a probar las delicias (y miserias) de la humanidad. Acompañado por un joven ingenuo llamado Tomás (David Rocha), Leonardo se embarca en una serie de aventuras donde seduce, engaña, roba y mata con una impunidad que subraya la debilidad moral del género humano. Cada episodio presenta encuentros con personajes que representan los pecados capitales: avariciosos mercaderes, lujuriosas damas, hipócritas clérigos y glotones campesinos. Sin revelar spoilers, la narrativa culmina en un clímax teológico y sangriento que cierra el círculo con una moraleja irónica, cuestionando si el mal reside en el demonio o en el hombre mismo. Esta premisa, aparentemente simple, permite a Naschy tejer una sátira social que trasciende su ambientación histórica, aplicable tanto a la España de los años 70 como a cualquier era.

En el corazón de *El Caminante* late una misantropía visceral, un desprecio por la condición humana que Naschy plasma con crudeza y sin concesiones. Leonardo no es un diablo tradicional, tentador y sutil; es un bastardo sádico que se deleita en la crueldad, pero que, paradójicamente, descubre que los humanos superan su maldad innata. La película argumenta que el hombre es el verdadero demonio, capaz de traiciones, violencias y depravaciones sin necesidad de intervención sobrenatural. Esta visión pesimista se manifiesta en escenas donde la hipocresía religiosa es desmantelada: monjas que sucumben a la lujuria, sacerdotes corruptos y una sociedad donde el hábito no hace al monje, como Naschy insistía en sus entrevistas posteriores. Influenciado por su catolicismo conflictivo y por el contexto posfranquista, donde la Iglesia había sido pilar del régimen, Naschy utiliza el diablo como espejo para reflejar la podredumbre social. No es casual que la cinta se rodara en 1979, un año de efervescencia democrática; representa una exhalación cínica tras décadas de represión, donde el autor expone su filosofía vital: el mundo es un lugar de mentiras, tentaciones y consecuencias inevitables.

El elemento «picante» que menciona la consulta –es decir, el erotismo audaz y explícito– es uno de los pilares que convierten *El Caminante* en una pieza de euro-sleaze memorable. Naschy no escatima en desnudos frontales y escenas de sexo que, para la época, eran provocadoras: Leonardo seduce a viudas, deflowers conventos enteros y se entrega a orgías con un regocijo que bordea lo cómico. Actrices como Blanca Estrada, Silvia Aguilar y Adriana Vega aportan una galería de bellezas que se despojan de ropas con naturalidad, fusionando el soft porn con la sátira. Estas secuencias no son gratuitas; sirven para ilustrar la lujuria como pecado universal, pero también como herramienta de manipulación. Hay un humor escatológico y absurdo en ellas –como coitos en fast-motion o toques de comedia de alcoba– que aligera el tono misántropo, recordando al cine de destape español de los 70, pero con un filo más oscuro. Comparado con filmes como *Las tentaciones de San Antonio* de Flaubert o adaptaciones cinematográficas de Fausto, *El Caminante* destaca por su crudeza ibérica, donde el erotismo se entremezcla con violencia gráfica: asesinatos brutales, saqueos y un clímax gore que anticipa el splatter.

Como comedia, la película brilla en su vertiente negra y absurda. Naschy infunde a Leonardo un carisma canalla, con diálogos ingeniosos y situaciones slapstick que provocan risas incómodas. Por ejemplo, escenas de humor fecal o disfraces ridículos desatan una comicidad física que contrasta con la gravedad temática, creando un equilibrio precario entre lo hilarante y lo perturbador. Esta dualidad recuerda a las comedias misántropas de Luis Buñuel, como *El ángel exterminador*, o al cine de Pier Paolo Pasolini en *Salò*, aunque Naschy opta por un enfoque más accesible y exploitation. La partitura de Ángel Arteaga, con toques folclóricos y ominosos, subraya esta ambivalencia, alternando melodías juguetones con acordes siniestros.

En términos de actuaciones, Naschy entrega una de las mejores interpretaciones de su carrera. Lejos de sus roles monstruosos, aquí es un diablo humano, too humano: barbudo, molesto y con un pene legendario que se menciona en diálogos hilarantes. Su presencia física –robusta, carismática– domina la pantalla, y su desnudez integral en varias escenas demuestra su compromiso con el personaje. David Rocha, como Tomás, ofrece un contrapunto inocente que evoluciona hacia la corrupción, mientras que el elenco femenino –Sara Lezana, Ana Harpo, Irene Gutiérrez Caba– aporta profundidad a roles que podrían haber sido meros objetos, infundiéndoles vulnerabilidad y astucia. La dirección de Naschy es artesanal pero efectiva: rodado en localizaciones naturales de Castilla, con una cinematografía de Alejandro Ulloa que captura la aridez medieval con tonos terrosos y luces dramáticas, evocando pinturas de El Greco o Goya. Los efectos especiales son rudimentarios –sangre falsa, disfraces–, pero encajan en el tono low-budget del cine español de la época.

Comparada con la filmografía de Naschy, *El Caminante* se distancia de horrores como *La noche de Walpurgis* (1971) o *El jorobado de la morgue* (1973), donde primaba el monstruo externo. Aquí, el horror es interno, humano, alineándose más con sus dramas como *Inquisición* (1976). Influencias literarias son evidentes: la picaresca española, pero también fábulas europeas como las de los hermanos Grimm o el Mefistófeles de Goethe. En el contexto del cine exploitation de los 70, se emparenta con *The Devils* de Ken Russell o las comedias eróticas italianas, pero con un acento misántropo único. Críticos como los de Letterboxd la puntúan en torno a 3.8/5, elogiando su absurdidad y condena social, aunque algunos la tachen de trash o aburrida.

La recepción inicial fue mixta: alabada por la crítica progresista por su audacia, pero ignorada comercialmente fuera de España. Naschy la defendía como su obra maestra, urgiendo a prestar atención al diálogo y temas, que siguen vigentes: corrupción, desigualdad, falsedad religiosa. En retrospectiva, gracias a ediciones en Blu-ray de Mondo Macabro, ha resurgido como joya oculta, especialmente entre fans del cult cinema. Sus limitaciones –presupuesto bajo, montaje irregular– no eclipsan su ambición: una comedia que muerde, pica y deja cicatriz.

En conclusión, *El Caminante* es un testimonio del genio polifacético de Naschy, una comedia picante y misántropa que disecciona la podredumbre humana con humor negro y erotismo desinhibido. No es solo entretenimiento; es una filosofía cinematográfica, un grito contra la hipocresía que resuena en nuestra era de fake news y desigualdades. Para expertos en cine español o exploitation, es imprescindible; para neófitos, una puerta a un universo olvidado. Naschy, como Leonardo, nos invita a caminar por sus senderos oscuros, recordándonos que el diablo no es el problema: lo somos nosotros. (Palabras aproximadas: 1520)

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Este artículo ha sido redactado y/o validado por el equipo de redacción de Revista Rambla.

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