Al finalizar la Segunda Guerra Mundial en 1945, con la rendición incondicional de Alemania nazi y la liberación progresiva de Europa por parte de las fuerzas aliadas, un capítulo sombrío se abrió en la historia del fascismo: la huida masiva de sus principales figuras. Mientras los Aliados, liderados por Estados Unidos, la Unión Soviética y el Reino Unido, avanzaban hacia Berlín, miles de oficiales de las SS, líderes del Partido Nazi y colaboradores fascistas de otros países europeos buscaron refugio para evadir los juicios por crímenes de guerra y contra la humanidad. Estas rutas clandestinas de escape, conocidas como «ratlines» (líneas de ratas, en alemán Rattenlinien), representaron un complejo sistema de redes que facilitaron viajes transatlánticos hacia destinos seguros, principalmente en Sudamérica. Estimaciones conservadoras indican que entre 5.000 y 10.000 nazis utilizaron estas vías para desaparecer, aunque cifras más altas, como las 9.000 mencionadas en archivos brasileños y chilenos, sugieren un fenómeno de mayor envergadura.

La Derrota del Eje y la Urgencia de la Huida

La derrota del fascismo europeo no fue solo militar, sino también ideológica. Con la caída de Benito Mussolini en Italia en 1943 y la muerte de Adolf Hitler en su búnker de Berlín en abril de 1945, el régimen nazi se desmoronó. Los Juicios de Núremberg (1945-1946) marcaron el inicio de la rendición de cuentas, donde 22 altos funcionarios nazis fueron procesados por crímenes de guerra. Sin embargo, muchos otros, conscientes de su culpabilidad en el Holocausto —que cobró la vida de seis millones de judíos y millones más de romaníes, prisioneros de guerra y disidentes—, optaron por la fuga. La liberación aliada de campos de concentración como Auschwitz y Dachau reveló la magnitud de las atrocidades, intensificando la caza de responsables.

Las ratlines surgieron en este caos posbélico. Inicialmente, rutas informales a través de los Alpes hacia Italia y España se convirtieron en redes organizadas. No eran un sistema centralizado, sino una colaboración espontánea entre simpatizantes fascistas, clérigos católicos y gobiernos receptivos. El anticomunismo jugó un rol pivotal: muchos veían a los nazis como aliados contra la expansión soviética en Europa del Este. Además, potencias como Estados Unidos reclutaron a científicos nazis a través de la Operación Paperclip, mientras que la CIA y el BND alemán utilizaron a ex nazis para inteligencia anticomunista. Este contexto geopolítico facilitó que criminales de guerra se integraran en sociedades lejanas, a menudo con identidades falsas.

Las Principales Rutas de Escape

Las ratlines se ramificaban en varias direcciones, pero dos rutas principales destacaban: la «vaticana» y la «ibérica». La primera transitaba desde Alemania a través de los Alpes hasta Italia, con paradas en monasterios del Tirol Sur como Merano y Bolzano, donde nazis se ocultaban junto a refugiados judíos en un irónico giro. Desde Roma o Génova, embarcaban hacia Sudamérica con pasaportes falsos emitidos por el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), que expidió alrededor de 120.000 documentos hasta 1951 basados en certificados eclesiásticos. La ruta ibérica pasaba por España, bajo el régimen franquista, que ofrecía refugio temporal antes de cruces atlánticos.

Una tercera vía, la «nórdica», partía de Dinamarca hacia Suecia y luego a Argentina. Los destinos predilectos eran Argentina, Brasil, Chile y Bolivia, atraídos por gobiernos simpáticos al fascismo y comunidades alemanas establecidas. Argentina, en particular, recibió hasta 5.000 nazis, gracias a su neutralidad durante gran parte de la guerra y su reticencia a extradiciones. Redes bancarias, como las vinculadas a Credit Suisse, financiaron estas fugas con oro nazi saqueado y transacciones ocultas.

Aunque se menciona a menudo la Organización de Antiguos Miembros de las SS (ODESSA) como una red mítica, evidencia histórica sugiere que era más un mito que una entidad real; en su lugar, grupos menores como «La Araña», liderada por Otto Skorzeny, operaban independientemente.

Actores Clave: El Rol del Vaticano, Perón y Otros Facilitadores

El Vaticano jugó un papel controvertido. Aunque no había una política oficial, clérigos individuales proporcionaron asistencia activa. El obispo austriaco Alois Hudal, admirador de Hitler, facilitó documentos falsos desde Roma, ayudando a figuras como Franz Stangl y Adolf Eichmann. Hudal justificaba su ayuda como rescate de «perseguidos inocentes» del comunismo. El sacerdote croata Krunoslav Draganović también organizó ratlines para ustachas croatas. Archivos vaticanos abiertos en 2020 bajo el papa Francisco revelan que Pío XII podría haber sabido de estas actividades, aunque su involucramiento directo sigue debatido.

En Sudamérica, Juan Domingo Perón fue pivotal. Como presidente argentino (1946-1955), ordenó secretamente a diplomáticos establecer ratlines para reclutar expertos nazis en tecnología y militarismo. Influenciado por su tiempo en Italia fascista, Perón vio en ellos un medio para modernizar Argentina. El cardenal argentino Antonio Caggiano transmitió ofertas a colaboradores franceses. Otros gobiernos, como el de Bolivia, acogieron a nazis con ayuda de la CIC estadounidense.

Casos Notables de Fugitivos

Entre los escapados destacan Adolf Eichmann, «arquitecto del Holocausto», quien huyó a Argentina en 1950 bajo el alias Riccardo Klement con un pasaporte CICR falsificado. Trabajó en una fábrica de Mercedes-Benz hasta su secuestro por el Mossad en 1960, juicio en Israel y ejecución en 1962.

  • Josef Mengele, el «Ángel de la Muerte» de Auschwitz, llegó a Argentina en 1949 como Helmut Gregor, luego se mudó a Paraguay y Brasil, donde murió ahogado en 1979 sin ser capturado.
  • Klaus Barbie, «Carnicero de Lyon», escapó a Bolivia en 1951 con ayuda estadounidense; extraditado en 1983, fue condenado a cadena perpetua en Francia.
  • Franz Stangl, comandante de Treblinka, huyó vía ratline vaticana a Brasil en 1951; capturado en 1967 gracias a Simon Wiesenthal, murió en prisión en 1971.

Otros incluyen a Erich Priebke, extraditado de Argentina en 1995 por la masacre de las Fosas Ardeatinas, y Walther Rauff, inventor de cámaras de gas móviles, quien murió en Chile en 1984.

La Caza de Nazis y el Legado

La huida nazi impulsó la era de los «cazadores de nazis». Simon Wiesenthal, sobreviviente del Holocausto, localizó a cientos, incluyendo a Stangl. Fritz Bauer, fiscal alemán, alertó sobre Eichmann. Beate y Serge Klarsfeld expusieron a Barbie y otros en Europa.

Desclasificaciones recientes, como las 1.850 documentos argentinos en 2025 ordenados por el presidente Javier Milei, revelan redes bancarias y presencia nazi. El Centro Simon Wiesenthal y el senador estadounidense Chuck Grassley continúan investigando.

El legado de las ratlines es un recordatorio de cómo el fascismo sobrevivió en la diáspora, influenciando regímenes autoritarios en Sudamérica y perpetuando el antisemitismo. Hoy, con archivos abiertos y tecnología forense, la justicia histórica persiste, aunque muchos culpables murieron impunes.

En resumen, las ratlines no solo salvaron a criminales, sino que expusieron fallas en la justicia internacional posbélica. Su estudio, respaldado por fuentes como la Biblioteca Virtual Judía e History.com, subraya la necesidad de vigilancia contra el resurgimiento del extremismo.

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Este artículo ha sido redactado y/o validado por el equipo de redacción de Revista Rambla.

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