La Revolución Francesa es, para buena parte de la historiografía contemporánea, un punto de origen: la aurora de la ciudadanía moderna, la quiebra del Antiguo Régimen y el inicio de una nueva cultura política en Occidente. Igualdad, Libertad y Fraternidad han ido adquiriendo, con el paso del tiempo, la condición de dogmas laicos en la tradición republicana. Sin embargo, y como sucede con tantos procesos históricos elevados a mito nacional, su rostro luminoso proyecta también una sombra. Una de esas sombras —durante décadas relegada, minimizada o directamente excluida de los grandes relatos oficiales— es la guerra civil que estalló en la región de la Vendée entre 1793 y 1796, y la política de represión total que le siguió: un episodio que algunos estudiosos han calificado como el primer genocidio de la era contemporánea.
En este contexto se sitúa la investigación del historiador Reynald Secher, cuyo trabajo La Vendée. Vengé. Le génocide franco-français (1986) marcó un punto de inflexión en la historiografía francesa. Su tesis —ampliada posteriormente y bautizada por algunos como «la tesis del héroe» por el coraje intelectual que supuso desafiar al canon estable— puso sobre la mesa un conjunto de hechos, documentos y cifras que alteraban profundamente la narrativa nacional. La publicación del libro, a las puertas del Bicentenario de la Revolución, produjo un auténtico terremoto en Francia: no solo porque reabría un capítulo doloroso, sino porque cuestionaba la sacralidad de la Revolución en la memoria republicana.
La Vendée: una guerra civil incrustada en la matriz revolucionaria
La región de la Vendée, situada en el oeste francés, era a comienzos del siglo XVIII un territorio predominantemente rural, profundamente religioso y socialmente cohesionado. La Constitución Civil del Clero (1790), que subordinaba la Iglesia francesa al Estado revolucionario, provocó en la zona una fractura inmediata. La mayoría de los sacerdotes se negó a jurar fidelidad al nuevo orden y la población rural, mayoritariamente católica, percibió la medida como un ataque directo a su fe y a su modo de vida.
La introducción del servicio militar obligatorio y el creciente clima de persecución religiosa fueron el detonante final. En marzo de 1793, estalló en la región un levantamiento popular que, a diferencia de otros movimientos contrarrevolucionarios europeos, no respondió a una estrategia aristocrática ni a una coordinación internacional, sino a un rechazo visceral y comunitario al proyecto revolucionario. La insurrección vandeana —conocida como la “Guerra de la Vendée”— fue intensa, rápida y logró en sus primeras fases éxitos significativos frente a las fuerzas republicanas.
Para el poder central, aquella guerra interna constituía una doble amenaza: militar y simbólica. No se trataba solo de sofocar una revuelta, sino de erradicar una disidencia que ponía en cuestión la legitimidad del nuevo Estado. Esa percepción explica la radicalización de las medidas represivas adoptadas a partir de 1793.
La política de “tierra quemada”: entre la represión y el exterminio
La Convención Nacional y los representantes en misión optaron por una estrategia que, según numerosos documentos oficiales de la época, excedía la mera represión militar. Órdenes explícitas de destrucción sistemática del territorio, eliminación de comunidades enteras sospechosas de colaborar con la insurrección y aniquilación de estructuras sociales consideradas “contrarrevolucionarias” conformaron lo que Secher, y otros historiadores posteriores, han caracterizado como una política de destrucción deliberada del grupo social y religioso vandeano.
Las llamadas «columnas infernales», creadas por el general Turreau en 1794, ejecutaron estas directrices con una dureza sin precedentes en un conflicto interno francés. Los informes de la época describen incendios generalizados, ejecuciones sumarias, deportaciones masivas, destrucción de cosechas y aldeas, y una violencia que afectó tanto a combatientes como a civiles. La dimensión religiosa del conflicto —con comunidades enteras identificadas como «fanáticas» o «supersticiosas»— acentuó la percepción de que no se estaba combatiendo únicamente una rebelión militar, sino un modo de vida considerado incompatible con el nuevo orden revolucionario.
Las órdenes conservadas en los archivos republicanos son elocuentes en su intención: se trataba de “aniquilar” el foco de resistencia no solo en su capacidad militar, sino en su identidad y continuidad social. Esta dimensión, calificada por algunos investigadores como un “genocidio estructural” de raíz religiosa y social, explica la persistencia del debate historiográfico hasta nuestros días.
El “dogma revolucionario” y el silenciamiento: del hecho al memoricidio
Aunque las cifras de víctimas siguen siendo objeto de discusión —oscilando en los estudios entre 120.000 y 300.000 muertos, incluyendo civiles—, la magnitud de la tragedia no ha sido puesta en duda. Lo que sí ha sido controvertido es el modo en que la historiografía francesa ha abordado el episodio. Desde el siglo XIX, la Vendée ha ocupado un lugar incómodo en el relato nacional: demasiado ligada al “lado oscuro” de la Revolución como para integrarse sin fricciones.
Ese silenciamiento histórico —o “memoricidio”, en palabras que han usado algunos autores y divulgadores— no consistió tanto en negar los hechos como en relegarlos, minimizarlos o descontextualizarlos. En un país en el que la Revolución se convirtió en mito fundacional, admitir que sus líderes promovieron acciones que hoy serían calificadas como crímenes de masas resultaba difícil de integrar en la pedagogía republicana.
Cuando Reynald Secher presentó su tesis doctoral en la década de 1980, puso en marcha un proceso de revisión historiográfica que encontró inmediatamente una resistencia feroz. Según él mismo ha relatado, se intentó desacreditar su investigación, se le ofrecieron sumas considerables de dinero para que renunciara a publicar y se le advirtió de que su carrera académica quedaría marcada de manera irreversible. La publicación de su libro confirmó esas previsiones: fue recibido con una mezcla de escándalo, rechazo e incomodidad institucional.
El problema no residía solo en la gravedad de sus conclusiones, sino en cuestionar lo que él y otros estudiosos han descrito como la “intocabilidad” del mito revolucionario. Señalar que los autoproclamados artífices de la Igualdad, la Libertad y la Fraternidad habían implementado una política de destrucción masiva en el oeste del país suponía una ruptura profunda con la narrativa heredada.
La Vendée como paradigma: ¿un “holocausto católico”?
La interpretación de la Vendée como “modelo de los holocaustos católicos” ha generado un intenso debate académico. La expresión, utilizada por algunos autores y comentada en conferencias y obras recientes, propone la idea de que los acontecimientos de 1793-1796 representan un antecedente temprano de los crímenes masivos de motivación ideológica o religiosa que caracterizarían los siglos XIX y XX.
Bajo esta lectura, la Vendée no sería solo un episodio violento asociado a una revolución convulsa, sino un caso paradigmático en el que un Estado moderno, en nombre de un proyecto político regenerador, decide eliminar un grupo social que considera incompatible con su visión del progreso. La destrucción de aldeas, la deportación de comunidades, la persecución religiosa y la intención de reconfigurar la región mediante colonos “patriotas” refuerzan esta interpretación.
El concepto de genocidio aplicado a la Vendée sigue siendo objeto de controversia, en parte porque la definición jurídica internacional del término se estableció más de un siglo después. Sin embargo, la discusión historiográfica no gira ya en torno a la existencia o no de crímenes masivos —ampliamente documentados—, sino sobre su naturaleza: ¿hubo intención explícita de destruir al grupo vandeano como tal? Los documentos conservados, incluyendo las órdenes de los representantes en misión, constituyen una base sólida para sostener que esa intención formó parte de la estrategia republicana.
La actualidad del debate: memoria, historia y política
En las últimas décadas, los estudios sobre la Vendée han aumentado progresivamente, incorporando análisis demográficos, antropológicos y sociológicos. Sin embargo, la cuestión sigue siendo profundamente sensible en Francia. No solo afecta a la identidad republicana, sino también a las luchas políticas contemporáneas en torno a la memoria histórica, la laicidad y el lugar de la religión en el espacio público.
La obra de Secher, así como las de otros investigadores que han retomado o ampliado sus hallazgos, ha logrado que la Vendée deje de ser un episodio marginal para convertirse en un tema de debate central en la historiografía de la Revolución Francesa. La aparición de nuevas fuentes, la digitalización de archivos y los estudios comparativos han enriquecido ese debate, pero también han mostrado hasta qué punto la historia está condicionada por las sensibilidades políticas del presente.
Conclusión: una herida abierta en la memoria europea
La Guerra de la Vendée y su brutal represión representan uno de los capítulos más oscuros —y durante mucho tiempo silenciados— de la historia contemporánea europea. Su estudio no busca deslegitimar los ideales de la Revolución, sino comprender cómo, en nombre de esos ideales, se pudieron cometer acciones que hoy resultarían incompatibles con cualquier concepción moderna de los derechos humanos.
El trabajo de Reynald Secher, pese a las resistencias iniciales, ha contribuido decisivamente a romper ese silencio y a obligar a la historiografía francesa a afrontar una parte incómoda de su pasado. La Vendée, más que un conflicto regional, es un recordatorio de que los mitos fundacionales —cuando se sacralizan— pueden convertirse en obstáculos para la comprensión crítica de la historia.
En un tiempo en que Europa debate intensamente sobre memoria, identidad y narrativas nacionales, la Vendée reaparece no como una reliquia del pasado, sino como una advertencia: la libertad prometida por las revoluciones puede convivir, paradójicamente, con prácticas de eliminación del disenso cuando la ideología se impone al respeto irrestricto de la dignidad humana.
Este artículo ha sido redactado y/o validado por el equipo de redacción de Revista Rambla.





