Un incendio declarado a primera hora de esta mañana ha devastado un asentamiento de chabolas en el distrito de Sant Andreu, dejando al menos dos personas heridas y reavivando el debate sobre la persistencia de infraviviendas en una ciudad que se enorgullece de su modernidad. El fuego, que se inició alrededor de las 7:00 horas en la confluencia de las calles Bac de Roda y Huelva, afectó a media docena de barracas improvisadas situadas en una zona limítrofe entre los barrios de La Sagrera y Sant Martí. Este espacio periférico, adyacente a las colosales obras de la futura estación del AVE en La Sagrera, ha sido escenario de incidentes similares en el pasado, destacando las vulnerabilidades sociales que persisten en los intersticios urbanos de la capital catalana.

El aviso del siniestro fue recibido por los servicios de emergencia a las siete de la mañana, según confirmaron fuentes de los Bombers de Barcelona. Una decena de dotaciones de bomberos se desplegaron rápidamente en el lugar, trabajando intensamente para controlar las llamas que se propagaron con rapidez debido a la naturaleza precaria de las construcciones —hechas principalmente de palés, plásticos y lonas—. El fuego fue extinguido alrededor de las 8:19 horas, pero no sin antes generar una densa columna de humo visible desde varios puntos de la ciudad y obligar al corte temporal del tráfico en el puente de Bac de Roda y la calle Huelva. Las líneas de autobús afectadas fueron desviadas, causando leves disrupciones en la movilidad matutina. Los Mossos d’Esquadra, por su parte, han iniciado una investigación para determinar el origen del incendio. Aunque no se ha confirmado aun si fue accidental o intencionado, testigos reportaron explosiones que podrían atribuirse a bombonas de butano, aerosoles o baterías almacenadas de manera improvisada en el asentamiento. Fuentes policiales indicaron que se encontraron varios cilindros de gas entre los restos calcinados, un factor común en este tipo de incidentes.

En cuanto a las víctimas, el balance inicial confirma dos heridos. Uno de ellos sufrió quemaduras de gravedad moderada y fue trasladado en estado menos grave al Hospital Vall d’Hebron, uno de los centros de referencia en quemados de Cataluña. El segundo herido presentó un corte en la mano, posiblemente causado durante la evacuación apresurada, y fue atendido in situ por personal del Sistema d’Emergències Mèdiques (SEM), sin requerir hospitalización. No se reportaron fallecidos, pero el Centro de Urgencias y Emergencias Sociales de Barcelona (CUESB) atendió a un total de ocho personas afectadas —siete hombres y una mujer—, todas adultas en situación de vulnerabilidad. Estos individuos recibieron acompañamiento médico, orientación social y derivaciones a servicios como el SOASS (Servicio de Orientación y Atención Social al Sinhogarismo) y el SASSEP (Servicio de Atención Social al Sinhogarismo en el Espacio Público). Los equipos de calle de servicios sociales han estado operando en la zona durante los últimos cinco años, lo que subraya la cronicidad del problema.

Este no es un episodio aislado. El asentamiento bajo el puente de Bac de Roda ha sufrido al menos dos incendios previos en 2025: uno en enero en un solar adyacente propiedad de Adif, y otro en abril, que ya generaron alertas entre vecinos y autoridades. Vecinos de los bloques colindantes, como los de Sant Martí de Provençals, han expresado su frustración ante la recurrencia de estos eventos. Justa Clavijo, una residente de larga data en el barrio, declaró a medios locales: “Llevamos años así. En una ciudad como Barcelona esto no puede ocurrir. Era la crónica de una muerte anunciada”. Clavijo enfatizó la obligación del Ayuntamiento de abordar el problema habitacional, sugiriendo que solo se actuará cuando se inaugure la estación del AVE. Otros residentes denuncian no solo los riesgos de incendio, sino también problemas asociados como robos, altercados nocturnos y la proliferación de insalubridad, exacerbados por la ausencia de infraestructuras básicas como agua corriente o electricidad regulada.

Para entender la magnitud de este incidente, es esencial contextualizarlo dentro de la historia del chabolismo en Barcelona. Aunque el barraquismo masivo de los años 50 y 60 —impulsado por la migración rural y la industrialización— fue erradicado en gran medida durante las décadas siguientes, con la demolición de barrios como el Somorrostro o Montjuïc, resurgió en formas más dispersas a partir de los 2000. Según datos del Ayuntamiento, en 2020 se identificaban unos 77 asentamientos con más de 400 personas en situación de sinhogarismo, concentrados en distritos como Sant Martí, Sant Andreu y el Eix Besòs. La Sagrera, en particular, se ha convertido en un foco visible debido a las prolongadas obras de la estación intermodal, que han dejado solares vacíos y abandonados propicios para estos núcleos informales. En octubre de 2024, las mismas obras obligaron al desalojo de un asentamiento de 40 personas, muchos de ellos gitanos oriundos de Europa del Este, destacando cómo los proyectos urbanísticos de gran escala generan desplazamientos sin soluciones alternativas.

Las obras de la estación de La Sagrera, iniciadas hace más de 15 años y con un horizonte de finalización aún incierto —se estima al menos siete años más—, representan un paradigma de los desafíos urbanos en Barcelona. Prometida como la gran terminal ferroviaria de la ciudad, con conexiones de AVE, Rodalies y metro, el proyecto ha acumulado sobrecostes millonarios, retrasos por corrupción (como el caso investigado en 2016 por malversación en el Juzgado de Instrucción número 9) y problemas ambientales. Sin embargo, su impacto social es igualmente grave: los terrenos baldíos han atraído a decenas de personas en precariedad, viviendo en chabolas, sin agua ni luz, calentándose con hogueras y dependiendo de conexiones eléctricas ilegales que aumentan el riesgo de incendios. Expertos en urbanismo, como los del Institut Metròpoli, señalan que estos vacíos urbanos contribuyen a la insostenibilidad social, agravada por la crisis habitacional pospandemia, con alquileres disparados y una oferta insuficiente de vivienda social.

El incendio ha desatado una oleada de reacciones políticas. Jordi Martí Galbis, presidente de Junts per Barcelona, calificó el suceso como “cuestión de tiempo” debido a la “inacción” del gobierno municipal liderado por Jaume Collboni (PSC), y reclamó el desmantelamiento urgente de los asentamientos con atención prioritaria a las personas vulnerables. ERC presentó un ruego para un plan de choque inmediato, incluyendo medidas de mantenimiento y seguridad hasta la finalización de las obras. Daniel Sirera, del PP, denunció la “dejadez” del PSC y exigió evacuaciones, atendiendo especialmente a adultos y posibles menores en riesgo. Incluso Vox se sumó, tildando la situación de “inhumana y tercermundista”. Entidades vecinales, como la Asociación Vecinal de Navàs, han solicitado la rehabilitación de la zona, incluyendo la Torre del Fang —un histórico cuartel de la Guerra de Sucesión—, que se ha convertido en un foco de basura, plagas de ratas y degradación.

El impacto en la comunidad es multifacético. Para los residentes del asentamiento, la pérdida de sus precarias viviendas significa un nuevo ciclo de inestabilidad, con servicios sociales ofreciendo soluciones temporales como albergues o programas de inserción. Para los vecinos colindantes, representa un recordatorio de las desigualdades urbanas: una ciudad que invierte millones en infraestructuras de élite, pero falla en integrar a sus marginados. Según estimaciones municipales, entre 500 y 550 personas viven en asentamientos similares en Barcelona, concentrados en áreas en transformación como La Sagrera, Vallcarca o Poblenou.

Mirando hacia el futuro, expertos abogan por enfoques integrales: no solo desalojos, sino puentes hacia vivienda digna, refuerzo de programas sociales y aceleración de las obras para eliminar vacíos urbanos. La Sagrera podría convertirse en un símbolo de regeneración si se prioriza la inclusión social junto al desarrollo ferroviario. Sin embargo, mientras persistan las demoras y la inacción, incidentes como este seguirán siendo, como dijo Clavijo, “la crónica de una muerte anunciada”. Barcelona, una metrópolis global, no puede permitirse ignorar estas grietas en su tejido social.

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Este artículo ha sido redactado y/o validado por el equipo de redacción de Revista Rambla.

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