El Reino de Marruecos se encuentra al borde de un punto de inflexión histórico tras la quinta noche consecutiva de protestas masivas en sus principales ciudades, marcadas por una violencia sin precedentes que ha dejado un saldo trágico: dos manifestantes muertos por heridas de bala, 263 agentes de policía heridos y más de 400 detenciones. Lo que comenzó como un grito de indignación por la muerte de al menos ocho mujeres en un hospital público ha evolucionado en un movimiento juvenil que cuestiona el corazón del sistema socioeconómico marroquí, exponiendo las grietas de un país donde la juventud, motor de las manifestaciones, exige reformas urgentes en sanidad, educación y empleo.

Las protestas, organizadas bajo el estandarte de «GenZ 212» –un colectivo descentralizado que toma su nombre del código telefónico de Marruecos (212) y se coordina a través de plataformas digitales como Discord y TikTok–, irrumpieron el pasado fin de semana, los días 27 y 28 de septiembre. Este grupo, compuesto mayoritariamente por jóvenes de entre 18 y 30 años, representa a una generación frustrada por la precariedad económica y la degradación de los servicios públicos. Según informes de organizaciones internacionales, el desempleo juvenil en Marruecos alcanza el 35,8%, con un 19% entre los graduados universitarios, lo que agrava la sensación de un futuro robado. «Queremos hospitales, no estadios de fútbol», corean los manifestantes, aludiendo a los millonarios gastos del gobierno en preparativos para la Copa del Mundo de 2030, en contraste con el colapso de la sanidad pública.

El detonante: Tragedia en el Hospital Hassan II de Agadir

El origen de esta ola de descontento se remonta a mediados de septiembre, cuando al menos ocho mujeres fallecieron en el Hospital Regional Hassan II de Agadir tras someterse a cesáreas. Residentes locales y activistas atribuyen estas muertes a las precarias condiciones del centro: escasez de personal, equipo médico defectuoso y una infraestructura en ruinas. Videos virales en redes sociales mostraron salas abarrotadas, camas improvisadas y un caos que los usuarios denominaron «el hospital de la muerte». Estas imágenes, compartidas en TikTok y Discord, exportaron el malestar desde la región de Sous-Massa al resto del país, amplificando un problema sistémico: el sistema de salud marroquí, según el Banco Mundial, sufre de subfinanciamiento crónico, con solo el 5,7% del PIB destinado a sanidad en 2024, muy por debajo de la media regional.

La indignación inicial en Agadir se transformó en protestas locales el 15 de septiembre, con decenas de personas congregadas frente al hospital exigiendo responsabilidades. Sin embargo, la respuesta oficial fue tibia: el Ministerio de Salud admitió «deficiencias» pero atribuyó las muertes a «complicaciones médicas inevitables», lo que solo avivó la ira. Organizaciones como la Asociación Marroquí de Derechos Humanos (AMDH) condenaron la represión temprana, incluyendo detenciones arbitrarias de manifestantes que documentaban el incidente. Este evento no es aislado; informes de la Organización Mundial de la Salud (OMS) indican que las enfermedades no transmisibles causan el 85% de las muertes en Marruecos, exacerbadas por un sistema de salud colapsado que deja a millones sin acceso adecuado.

La expansión del movimiento: De las redes a las calles

Lo que distingue a «GenZ 212» es su naturaleza digital y descentralizada. Sin líderes formales ni afiliación partidista, el movimiento se organiza en servidores de Discord con miles de miembros –de 3.000 a más de 130.000 en días–, donde se debaten estrategias y se coordinan acciones. Plataformas como TikTok han sido clave para viralizar consignas como «El pueblo quiere derrocar la corrupción», inspiradas en revueltas pasadas como el Hirak de 2016-2017 en el Rif. En X (anteriormente Twitter), videos de enfrentamientos muestran a jóvenes enfrentando a la policía con piedras y barricadas, mientras fuerzas de seguridad responden con gases lacrimógenos y balas de goma –o, en casos extremos, munición real.

Las manifestaciones se han extendido a ciudades como Casablanca, Marrakech, Tánger, Rabat, Salé y Oujda. En la quinta noche, el 4 de octubre, la violencia escaló dramáticamente: en Lqliaa, cerca de Agadir, dos manifestantes fueron abatidos al intentar asaltar una comisaría, según medios estatales. Testigos reportan decenas de heridos por disparos, con equipos de emergencia respondiendo en medio del caos. En Rabat, vehículos policiales fueron incendiados, y en Marrakech, oficinas gubernamentales sufrieron vandalismo. El Ministerio del Interior reporta 326 agentes heridos, pero activistas denuncian un «apagón mediático» con confiscación de teléfonos para impedir la documentación de abusos.

Amnistía Internacional ha instado al gobierno a cesar el uso excesivo de fuerza, documentando casos de detenciones arbitrarias y violencia policial. Human Rights Watch, por su parte, urge a atender las demandas de los manifestantes, destacando que las protestas reflejan un descontento acumulado por corrupción y desigualdad.

Contexto socioeconómico: Una bomba de relojería

Marruecos, bajo el reinado de Mohamed VI, ha proyectado una imagen de estabilidad y crecimiento, con un PIB per cápita que ronda los 3.800 dólares en 2025. Sin embargo, detrás de esta fachada se esconde una profunda desigualdad: el 22% de los jóvenes están desempleados, y la tasa general se sitúa en el 13,18%. El sistema educativo, criticado por su obsolescencia, deja a miles de graduados sin oportunidades, mientras la sanidad pública sufre de escasez crónica de recursos. Un informe del Foro Económico Mundial de 2025 resalta problemas como la escasez de agua agravada por el cambio climático, que impacta en la agricultura –fuente de empleo para el 40% de la población– y exacerba la pobreza rural.

Los manifestantes denuncian la priorización de mega-proyectos como los estadios para el Mundial 2030, con inversiones estimadas en miles de millones, mientras hospitales como el de Agadir carecen de lo básico. «Vivimos como animales», afirma un periodista marroquí en un análisis reciente, contrastando el lujo de la élite con la miseria cotidiana. Esta brecha se agrava por la corrupción endémica: Marruecos ocupa el puesto 97 en el Índice de Percepción de Corrupción de Transparencia Internacional en 2024, con casos de malversación en sectores públicos.

El movimiento «GenZ 212» no es aislado; se inscribe en una ola global de protestas juveniles, desde Nepal hasta Madagascar, donde la Generación Z usa herramientas digitales para desafiar regímenes autoritarios. En Marruecos, sin embargo, hay temores de islamización, con influencias externas como Turquía apoyando el descontento vía soft power.

Respuesta gubernamental y perspectivas futuras

El gobierno de Aziz Akhannouch, del Partido de la Autenticidad y Modernidad (PAM), ha respondido con represión, pero también con promesas vagas de diálogo. El rey Mohamed VI, figura central del sistema, no ha emitido declaraciones directas, lo que alimenta especulaciones sobre una crisis de legitimidad. Analistas como los de Reuters advierten que, sin reformas estructurales, las protestas podrían escalar a un «Primavera Africana».

Organizaciones independientes como Al Jazeera reportan un saldo de al menos tres muertes en total, con protestas extendiéndose a la sexta noche. Mientras, en X, videos muestran a detenidos sonrientes en furgones policiales, simbolizando la resiliencia juvenil. El futuro es incierto: ¿cederá el régimen ante la presión, o endurecerá la represión? Lo claro es que «GenZ 212» ha despertado a una generación que no acepta más promesas vacías.

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Este artículo ha sido redactado y/o validado por el equipo de redacción de Revista Rambla.

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