En los callejones de Ciutat Vella, entre las luces tenues del Eixample y los anuncios digitales que se deslizan sin pausa en nuestros móviles, hay una realidad que no desaparece, aunque la miremos de reojo, la del trabajo sexual. En pleno siglo XXI, en una ciudad cosmopolita como Barcelona, las escorts y las prostitutas siguen siendo una presencia constante, ya no solo en la calle, también en internet, donde las formas, los códigos y las expectativas han cambiado radicalmente.
¿Quiénes son? ¿Cómo trabajan? ¿Qué buscan sus clientes? ¿Qué está permitido y qué no? Y, sobre todo, ¿por qué seguimos fingiendo que no existen?
Prostitución, escorts y el doble discurso
Mientras se celebran congresos feministas en el CCCB y el Ayuntamiento impulsa campañas contra la trata, las webs de anuncios sexuales siguen sumando miles de visitas diarias. Basta una búsqueda rápida para comprobarlo. Portales como Putas Barcelona permiten acceder, en segundos, a decenas de perfiles profesionales que ofrecen sus servicios con total autonomía.
El discurso institucional tiende a unificar el fenómeno bajo el paraguas de la explotación, pero la realidad es más compleja. Muchas de estas mujeres, y también hombres, se consideran trabajadoras que han elegido ese camino, por decisión propia o por necesidad, pero no bajo coacción. Son personas con estudios, con hijos, con sueños, que han convertido el sexo en un servicio y, como tal, lo ofrecen.
En la Ciudad Condal, el perfil de las Escorts Barcelona de lujo contrasta con el de la prostitución callejera más marginal. Las primeras trabajan en pisos privados, hoteles o agencias; las segundas, a menudo sin cobertura legal, sobreviven expuestas a la precariedad, al abuso y a la hipocresía del sistema.
Internet cambió las reglas
Antes estos servicios se anunciaban con tarjetas en parabrisas o con discretos clasificados en la contraportada de un diario, hoy tienen nombre, foto, tarifas y geolocalización online. Portales como el mencionado funcionan como escaparates digitales, donde cada escort o trabajadora sexual crea su propio perfil, decide sus condiciones y establece los términos del encuentro. No hay intermediarios, solo visibilidad, inmediatez, respeto y discreción.
Para los clientes, esto supone también un cambio. Ya no es necesario salir a buscar, ahora, las putas de Barcelona solo están a un clic de distancia, con filtros por barrio, edad, idioma o servicios ofrecidos. Lo que antes era un mundo opaco se ha convertido en un mercado altamente competitivo, marcado por las reseñas, las fotos verificadas y la reputación digital.
Aunque Barcelona es el gran epicentro, ciudades como Terrassa o Mataró también albergan una red activa de trabajadoras sexuales. En el Vallès Occidental, Terrassa destaca por su proximidad con la capital y su población joven y diversa. Aquí, portales como putas Terrassa permiten encontrar escorts profesionales que operan desde pisos privados, muchas veces sin llamar la atención.
En Mataró, la situación es parecida. En esta ciudad costera del Maresme, el fenómeno se ha desplazado del centro a zonas más discretas, y se concentra sobre todo en apartamentos y hoteles. Plataformas como putas Mataro reflejan ese desplazamiento con servicios personalizados, trato directo y una apuesta clara por el anonimato.
La ley, la calle y el vacío institucional
En España, la prostitución no está legalizada ni prohibida. Está en ese limbo jurídico donde trabajar por cuenta propia es legal, pero montar un negocio colectivo o lucrarse del trabajo de otra persona es proxenetismo. Esto genera situaciones contradictorias, como por ejemplo que se puede vender sexo, pero no publicitarlo en ciertos medios; se puede alquilar un piso para uso propio, pero no subarrendarlo a otra compañera; se puede tributar como autónoma, pero sin un epígrafe oficial que reconozca el oficio.
Este vacío deja a muchas trabajadoras sin protección social, sin derechos laborales y sin cobertura médica, y también las expone a abusos, estigmas y riesgos innecesarios. Mientras tanto, el debate sigue polarizado entre el abolicionismo y la regularización, sin una solución clara a corto plazo.
Lo que parece seguro es que prohibir no elimina la demanda, ni ayuda a quienes realmente necesitan protección frente a la trata o la explotación. Y, desde luego, no escucha a quienes eligen libremente este trabajo, con todas sus contradicciones y matices.
Es fácil juzgar desde fuera, pero basta conversar con una escort para entender que hay historias muy complejas. Algunas vienen de otros países, otras son madres solteras, otras han dejado profesiones tradicionales porque aquí encuentran una forma más rentable o libre de gestionar su tiempo. Algunas trabajan pocas horas al mes, otras a tiempo completo. Lo común en todas ellas es la invisibilidad, la necesidad de convivir con un juicio social que no siempre entiende ni pregunta.
Y, sin embargo, ahí siguen. Atendiendo clientes, respondiendo mensajes, gestionando sus perfiles, cuidando su imagen. Profesionalizando, en definitiva, un trabajo que la sociedad no quiere nombrar, pero que nunca ha dejado de consumir.
Este artículo ha sido redactado y/o validado por el equipo de redacción de Revista Rambla.





