En las profundidades de los Alpes suizos, donde la neutralidad se erige como un dogma inquebrantable, yacen los ecos de un botín que financió el horror más sistemático de la historia moderna. Oro extraído de las reservas centrales de naciones conquistadas, joyas arrancadas de los cuellos de víctimas del Holocausto, incluso empastes dentales fundidos de cadáveres en campos de exterminio: todo ello fluyó hacia las bóvedas de bancos europeos durante la Segunda Guerra Mundial. Estos no eran meros guardianes pasivos; eran socios activos en la maquinaria financiera del Tercer Reich, lavando activos robados por valor de miles de millones de dólares actuales para sostener la guerra de Adolf Hitler. Hoy, en septiembre de 2025, muchos de esos mismos bancos —o sus herederos corporativos— continúan operando en el corazón de la economía europea, administrando fortunas globales mientras el legado de su complicidad se desentraña en juicios, informes y demandas pendientes.
El Tercer Reich, ese leviatán ideológico que devoró Europa entre 1933 y 1945, no podría haber desplegado su ofensiva sin un sistema financiero robusto. Bajo la dirección de Hjalmar Schacht, presidente del Reichsbank hasta 1939, y su sucesor Walther Funk, el régimen nazi acumuló un tesoro de guerra estimado en 19.000 millones de dólares en oro saqueado de bancos centrales europeos, según cálculos del historiador económico Adam Tooze. Pero Alemania, bombardeada y sitiada, necesitaba socios neutrales para convertir ese metal maldito en divisas utilizables. Aquí entraron en escena los bancos de Suiza, Portugal, Suecia y, en menor medida, otros actores como el Vaticano y filiales alemanas. Estos no solo custodiaron el botín, sino que lo refinaron, lo intercambiaron y lo multiplicaron, profanando la neutralidad que proclamaban como escudo moral.
Bancos Suizos y el Oro del Holocausto
Suiza, ese oasis de discreción bancaria, fue el epicentro de esta red financiera siniestra. La Confederación Helvética, fiel a su tradición de neutralidad armada desde 1815, rechazó presiones aliadas para cerrar fronteras comerciales con el Eje. En cambio, sus instituciones financieras se convirtieron en el lavadero preferido del Reich. El Banco Nacional Suizo (SNB), el guardián de la moneda helvética, recibió directamente 440 millones de dólares en oro nazi —equivalentes a 8.000 millones actuales—, de los cuales 316 millones procedían de saqueos explícitos. El consejo directivo del SNB, consciente de la procedencia ilícita, priorizó los beneficios: transacciones que generaron ganancias millonarias incluso cuando otros neutrales, como Suecia, comenzaron a vacilar.
Pero el SNB no actuó solo. Los bancos comerciales, como la Unión de Bancos Suizos (UBS, por sus siglas en inglés) y el Credit Suisse —hoy fusionado con UBS tras su colapso en 2023—, manejaron cuentas dormidas de víctimas judías y depósitos directos de oficiales nazis. En 1944, Heinrich Himmler, arquitecto de la Solución Final, despachó un tren cargado de oro, joyas y arte hacia territorio suizo, posiblemente para financiar un hipotético Cuarto Reich. Simbólicamente, las regalías de Mein Kampf de Hitler se depositaban en una cuenta suiza, un recordatorio de cómo la propaganda nazi se monetizaba en tierra neutral. Estos bancos no solo custodiaron; lucraron. Al aceptar oro «sucio» —incluyendo barras fundidas de empastes dentales de Auschwitz—, lo refinaron en la fundición estatal de Argor-Heraeus y lo reintrodujeron en el circuito global, financiando importaciones de materias primas para la Wehrmacht.
El escándalo estalló en la posguerra. En 1946, el Acuerdo de Washington obligó a Suiza a devolver solo el 12% del oro robado —unos 250 millones de dólares—, reteniendo el resto para «indemnizaciones» internas. Sobrevivientes del Holocausto y herederos enfrentaron laberintos burocráticos: solo una fracción reclamó sus fondos, mientras bancos como UBS usaban cuentas dormidas para saldar deudas de clientes suizos expropiados por regímenes comunistas. La presión internacional culminó en 1995 con una demanda del Congreso Judío Mundial contra los tres grandes bancos suizos —UBS, Credit Suisse y el desaparecido Swiss Bank Corporation—. El acuerdo de 1998, por 1.250 millones de dólares, reconoció 458.400 reclamaciones, pero dejó sombras. En 2023, senadores estadounidenses revelaron que Credit Suisse mantenía 99 cuentas ligadas a nazis y grupos afines en Argentina, algunas activas hasta años recientes. Una investigación de 2024, liderada por el fiscal Neil Barofsky, destapó 3.600 cajas de archivos ocultos, confirmando lazos más profundos: clientes SS, transacciones con la Gestapo y reticencia a cooperar con auditorías previas.
Hoy, UBS, con activos por 5 billones de francos suizos, domina la banca global. El SNB, con reservas de oro de 1.040 toneladas, invierte en bonos y acciones mundiales. Credit Suisse, absorbido por UBS, arrastra su legado: en 2025, Barofsky insta a una «contabilidad completa» de cuentas nazis heredadas. La neutralidad suiza, que facilitó el 80% del oro nazi lavado, persiste como pilar de la UE, pero el fantasma de la codicia cuestiona su ética.
La Conexión de Lisboa: Portugal como Puerta de Escape
Más al sur, Portugal bajo Salazar emergió como un conducto discreto para el botín nazi. Neutral hasta 1943, cuando declaró guerra simbólica al Eje, el régimen autoritario de Oliveira Salazar vio en el oro una oportunidad económica. El Banco de Portugal, entidad central desde 1846, actuó como segundo receptor mayor tras Suiza, lavando al menos 91 toneladas de oro —valor actual de 4.000 millones de euros— a través de la «Conexión de Lisboa». Documentos desclasificados en 2000, hallados en la estación ferroviaria de Canfranc, revelan 78 toneladas transitando por España hacia Oporto y Lisboa, facilitadas por el Banco de Pagos Internacionales (BIS).
Salazar, pragmático, exigió pagos en oro por wolframio portugués —esencial para tanques alemanes— ignorando su origen saqueado. Diplomáticos aliados, como el embajador Veiga Simões, alertaron sobre el «oro belga robado», pero transacciones continuaron hasta 1945. El BIS, con sede en Basilea, intermedió ventas, permitiendo al Reich convertir botín en divisas. Posguerra, Portugal devolvió solo 3,6 toneladas, reteniendo el resto para reservas nacionales.
En 2025, el Banco de Portugal opera como banco central de la eurozona, supervisando un PIB de 270.000 millones de euros. No hay demandas activas por activos nazis, pero informes como el de Fernando Rosas (1990) y Gian Trepp (1993) cuestionan si reservas históricas incluyen remanentes no restituidos. La «neutralidad» salazarista, que enriqueció al Estado, evoca paralelismos con la banca suiza: prosperidad construida sobre exilios y exterminios.
Suecia y los Wallenberg: Poder en las Sombras
En el norte, Suecia —neutral pero exportadora de hierro a Alemania— albergó una dinastía bancaria que personifica la ambigüedad moral. La familia Wallenberg, controladora del Stockholms Enskilda Bank (predecesor de SEB), canalizó millones en oro nazi hacia Suiza, incluso de saqueos judíos. En 1940, Jacob y Marcus Wallenberg financiaron empresas alemanas aliadas al Reich, mientras Raoul Wallenberg, primo heroico, salvaba judíos en Budapest. Esta dualidad —heroísmo y oportunismo— definió su legado.
Documentos de 1997 revelan que bancos suecos, incluyendo SEB y Handelsbanken (bajo influencia Wallenberg), aceptaron oro nazi por valor de 150 millones de coronas, usándolo para créditos bélicos. Posguerra, EE.UU. bloqueó al banco por «colaboración». Hoy, los Wallenberg controlan un imperio de 500.000 millones de euros: SEB (activos 3.000 millones), Investor AB y Ericsson. Un video de 2025 acusa a esta «invisibilidad» de ocultar fortunas nazis en holdings paneuropeos. Su poder, que emplea al 40% de la fuerza laboral sueca en los 70, persiste: ¿cuánto de esa riqueza emana de bóvedas nazis?
Deutsche Bank y Colaboradores
Incluso en el corazón del Reich, bancos como Deutsche Bank colaboraron activamente. Financió Auschwitz y expropiaciones judías, integrándose en la «Nueva Orden» nazi. Dresdner Bank, «banco de las SS», manejó fortunas de Himmler. Hoy, Deutsche Bank, con 1,3 billones de euros en activos, conmemora el Holocausto —en 2025, 48 firmas alemanas, incluida ella, marcaron el 80 aniversario de la victoria aliada— pero demandas por bonos no pagados a herederos judíos persisten. Barclays, en Francia, delató empleados judíos a la Gestapo en 1940.
De las Cuentas Dormidas a la Justicia Pendiente
Ocho décadas después, el botín nazi irriga economías europeas. En Suiza, el Comité Volcker (1996-1999) identificó 21 cuentas de altos nazis; en 2023, Credit Suisse admitió retener activos hasta 2010. Restituciones totalizan 1.290 millones de dólares, pero expertos estiman miles de millones perdidos. La UE, en 2024, impulsó auditorías transfronterizas, pero la discreción bancaria frena avances.
En un continente marcado por la memoria, estos bancos —UBS, SNB, Banco de Portugal, SEB, Deutsche— simbolizan la tenacidad del capital. Su neutralidad fue un velo para la avaricia; su longevidad, un recordatorio de que la historia financiera no prescribe. Mientras Europa debate reparaciones —como los 10.000 millones propuestos por Polonia en 2025—, una pregunta persiste: ¿puede el oro limpiarse de sangre?
Este artículo ha sido redactado y/o validado por el equipo de redacción de Revista Rambla.





