En un panorama televisivo saturado de remakes y fórmulas repetitivas, Érase una vez el Oeste (título en español para American Primeval), la miniserie limitada de Netflix estrenada el 9 de enero de 2025, emerge como una joya inigualable. Dirigida por Peter Berg y creada por Mark L. Smith –conocido por su magistral guion en The Revenant–, esta producción de seis episodios no solo revitaliza el género western, sino que lo eleva a un nivel de profundidad histórica y emocional que rara vez se ve en la pantalla pequeña. Ambientada en el Territorio de Utah en 1857, durante la Guerra de Utah, la serie captura la esencia salvaje y primordial de la expansión estadounidense, explorando las raíces violentas de una nación en formación. Con un elenco estelar liderado por Taylor Kitsch y Betty Gilpin, American Primeval es una obra maestra que combina acción visceral, introspección psicológica y un compromiso inquebrantable con la autenticidad cultural.
La trama de Érase una vez el Oeste se desenvuelve en un periodo histórico poco explorado en la ficción televisiva: la década de 1850, cuando las tensiones entre mormones, indígenas, el Ejército de los Estados Unidos y pioneros colonos alcanzaban un punto de ebullición. Sin revelar espóileres mayores, la serie sigue las peripecias de Sara Rowell (Gilpin), una madre determinada que viaja con su hijo Devin (Preston Mota) hacia el Oeste en busca de un futuro mejor, pero se topa con un paisaje hostil donde la supervivencia depende de alianzas precarias y decisiones morales ambiguas. A ellos se une Isaac Reed (Kitsch), un ermitaño curtido por el desierto, cuya presencia añade capas de misterio y redención al relato. Paralelamente, se entrelazan historias de líderes mormones como Brigham Young (Kim Coates), parejas recién casadas como Jacob y Abish Pratt (Dane DeHaan y Saura Lightfoot-Leon), y figuras indígenas como Red Feather (Derek Hinkey) y Two Moons (Shawnee Pourier), ofreciendo una polifonía narrativa que refleja la complejidad de las interacciones humanas en un territorio en disputa.
Lo que hace que esta sinopsis sea tan cautivadora es la maestría con la que Smith construye un guion compacto y dinámico. En solo seis episodios, la serie abarca menos de dos semanas de tiempo narrativo, pero logra condensar un universo de conflictos que resuenan con la amplitud épica de clásicos como Once Upon a Time in the West de Sergio Leone –un guiño implícito en el título español–. La estructura no lineal en algunos momentos, con flashbacks sutiles que revelan pasados traumáticos, mantiene al espectador en vilo, mientras que el ritmo alterna entre secuencias de acción trepidante y pausas reflexivas que permiten digerir la brutalidad del entorno. Esta economía narrativa es un triunfo: evita los rellenos típicos de series más largas y enfoca cada escena en avanzar la trama o profundizar en los personajes, resultando en una experiencia inmersiva que se siente como una novela histórica viviente. En un género a menudo criticado por su romanticismo, American Primeval opta por un realismo crudo, donde la violencia no es gratuita, sino un espejo de los «dolores de crecimiento» de América, como bien señala la serie en su cierre filosófico: «la civilización y los civilizados rara vez ocupan el mismo espacio».
Pasando al análisis de las actuaciones, es imposible no destacar el elenco como uno de los pilares de esta producción. Taylor Kitsch, en el rol de Isaac Reed, entrega una interpretación magistral que consolida su estatus como uno de los actores más versátiles de su generación. Su Isaac es un hombre roto por el pasado, un arquetipo western reimaginado con matices psicológicos profundos: su mirada estoica oculta un torrente de emociones, y Kitsch lo transmite con una economía de gestos que recuerda a los grandes como Clint Eastwood. Cada línea de diálogo, cada confrontación física, se siente auténtica, haciendo que el personaje anclara la narrativa en medio del caos. Betty Gilpin, por su parte, brilla como Sara Rowell, infundiendo al personaje una mezcla de vulnerabilidad y ferocidad que eleva el rol femenino en el western. Lejos de ser una damisela en apuros, Sara es una fuerza impulsora, navegando dinámicas de género donde las mujeres están atadas a los caprichos masculinos, pero demostrando resiliencia. Gilpin, conocida por GLOW, aquí despliega un rango dramático impresionante, especialmente en escenas de tensión emocional con su hijo Devin, interpretado con naturalidad conmovedora por el joven Preston Mota.
El resto del reparto no se queda atrás. Dane DeHaan ofrece una dualidad fascinante en sus roles (Jacob Pratt), capturando la ambigüedad moral de los colonos mormones con una intensidad que roza lo perturbador. Kim Coates transforma por completo a Brigham Young en un líder carismático y vengativo, irreconocible bajo su barba y acento, infundiendo al personaje un celo religioso que hace creíble su obsesión por un «espacio seguro» para su pueblo. Las representaciones indígenas son particularmente elogiables: Derek Hinkey como Pluma Roja encarna la rabia justificada de los shoshones, mientras que Shawnee Pourier como Dos Lunas aporta una presencia silenciosa pero poderosa, simbolizando la resistencia cultural. Saura Lightfoot-Leon, como Abish, explora temas de matrimonio forzado y empoderamiento femenino con sutileza, añadiendo capas a la narrativa de género. En conjunto, estas actuaciones no solo sostienen la trama, sino que la enriquecen, convirtiendo American Primeval en un estudio de personajes que trasciende el mero entretenimiento.
Desde el punto de vista técnico, la dirección de Peter Berg es una proeza. Berg, veterano en dramas de acción como Lone Survivor, imprime a la serie un estilo visual inmersivo que captura la vastedad y hostilidad del Oeste. La cinematografía de Jacques Jouffret es simplemente sublime: tomas en ángulo bajo y tracking shots fluidos nos sumergen en el paisaje, desde las montañas nevadas hasta los desiertos áridos, haciendo que el entorno sea un personaje más. La atención al detalle es obsesiva –la sangre derramada en cacerías, el crujir de la nieve bajo los pies, los contrastes climáticos– todo contribuye a una autenticidad que roza el documental. Berg colabora con Julie O’Keefe, jefa del Departamento de Cultura Indígena, para diferenciar con precisión las tribus shoshone y paiute, evitando estereotipos y honrando sus tradiciones. El diseño de producción, con locaciones reales en Utah, añade realismo, mientras que la partitura sonora, minimalista, pero impactante, acentúa la tensión sin sobrecargar las escenas.
La edición es otro acierto: cortes rápidos en secuencias de batalla contrastan con tomas largas en momentos introspectivos, creando un ritmo que mantiene el pulso acelerado. La violencia, aunque gráfica, sirve un propósito narrativo, ilustrando la deshumanización inherente al colonialismo y la expansión capitalista. En este sentido, American Primeval no es solo un western; es una crítica sutil al sueño americano, mostrando cómo el miedo y la brutalidad forjaron una nación. Temáticamente, la serie brilla al explorar el multiculturalismo forzado del Oeste: conflictos entre mormones, indígenas y militares revelan las fracturas sociales que persisten hoy. Temas como la destrucción de tierras indígenas, la dinámica de género (incluyendo la amenaza constante de violencia sexual, tratada con sensibilidad) y la búsqueda de identidad en un mundo caótico se entrelazan con maestría, haciendo que la serie sea relevante en el contexto actual de debates sobre historia y representación.
Uno de los aspectos más innovadores es cómo Érase una vez el Oeste integra perspectivas múltiples, ofreciendo un mosaico histórico que evita el maniqueísmo. Los indígenas no son meros antagonistas; sus motivaciones –venganza por la invasión de sus tierras– se presentan con empatía, mientras que los colonos son humanos falibles, no héroes idealizados. Esta polivalencia temática eleva la serie por encima de producciones como Yellowstone o Hell on Wheels, posicionándola más cerca de obras maestras como The Revenant o There Will Be Blood. Además, su duración limitada –seis episodios de aproximadamente una hora cada uno– permite una cohesión narrativa que muchas series envidiarían, culminando en un final que resuelve arcos con precisión quirúrgica, dejando ecos emocionales duraderos.
En conclusión, American Primeval es un triunfo absoluto, una serie que redefine el western televisivo con su mezcla de acción visceral, profundidad temática y actuaciones estelares. Peter Berg y Mark L. Smith han creado una obra que no solo entretiene, sino que provoca reflexión sobre las raíces violentas de América, recordándonos que la historia es un ciclo de brutalidad y resiliencia. Recomendada para aficionados al género y estudiosos de la historia, esta miniserie es imprescindible en el catálogo de Netflix. En un año marcado por producciones mediocres, American Primeval brilla como un faro de excelencia creativa, demostrando que el western aún tiene mucho que decir en la era del streaming.
Este artículo ha sido redactado y/o validado por el equipo de redacción de Revista Rambla.





